Por su
puesto que no toda la escritura es intelectual. Hay quienes se dedican a
decodificar el mundo en ficciones, sin necesidad de hacerse preguntas sobre la
vida para entenderla. Incluso muchos ganan buen dinero con eso. Y todos nos
entretenemos con sus fantasías. Tampoco veo nada de malo en ello. El único
problema es cuando el entretenedor se las da de intenso.
Lo que a mí
me interesa, sin embargo, es el otro tipo de escritura: el que se hace
preguntas. El problema de pasarse la vida haciéndose preguntas es que tendemos
a ser demasiado críticos con lo que nos rodea. Y en Venezuela a nadie le gusta
un aguafiestas. La gente nos percibe como malhumorados y somos incómodos. Y uno
tiene que perder tiempo siempre tomando en cuenta cómo va a decir las cosas,
porque sin falta siempre le caen mal a alguien. Y eso es gravísimo entre los
caribeños.
Pero es que
además de los problemas sociales, pensar trae problemas financieros. Es el
trabajo peor pagado, cuando lo remuneran por su puesto. Y escribir, que es
poner pensamientos sobre papel (o en la pantalla del computador), vale menos
que nada, incluso si trabajas dentro de las industrias culturales.
Nos encanta
llenarnos la boca diciendo que estamos en la Era de la Información y que esta situación originó un
proceso de reformulación del capitalismo, pero no tenemos idea de qué significa
eso y pocos mostramos interés en cómo ocurre esta reformulación. Y el que paga
–o mejor dicho: no cobra– es el que tiene las ideas que mueven esa lógica: el
que está en la base del producto cultural, porque es objeto de las
grandilocuencias de los políticos, de los intereses de los medios, de las
expectativas de los académicos y de la displicencia del resto de los miembros
de sus sociedad.
Malhumorados,
incómodos y quebrados: ese es el perfil de los habitantes que conforman núcleo
de la revolución del conocimiento en el país. No me sorprende que cada vez
menos personas apuesten por el pensamiento.