martes, 20 de mayo de 2014

Lovecraft, Cortázar y el aburrimiento

Crecí leyendo cuentos del siglo XIX y, en especial, los relatos góticos. De Edgar Allan Poe a Sheridan Le Fanu y de Mary Shelley a George Sand, no había historia de fantasmas,  vampiros u otros caminantes nocturnos que yo despreciara. Entre todos los seducidos por la noche y lo macabro, hay, sin embargo, una autor que me causó siempre sólido aburrimiento: H. P. Lovecraft.
Autoproclamado heredero del género para el siglo XX –como prueba aconsejo leer el ensayo en su El horror sobrenatural en la literatura, escrito solo para probarse autor de esta genealogía– quien se preciaba de ser erudito de saberes prohibidos escribía narraciones que a mi siempre me han parecido siempre ampulosas y llenas de detalles innecesarios. Con tanto buen escritor fantástico, ¿para qué perder el tiempo leyendo a este señor tan pomposo? Me decía joven e invariablemente cambiaba de libro al segundo o tercer cuento de la colección o a la media centena de páginas.
 Con esto he confesado lo que antes callaba, pues amiga de cuanto obsesivo de los géneros gótico y de la ciencia-ficción me arriesgaba a diversas formas de descalificaciones intelectuales si revelaba este detalle auto-bibliográfico.
Julio Cortázar, más arrojado que yo –él tiene con qué, claro– no tuvo empacho en señalar que Lovecraft –cuyo prestigio le había dejado “siempre perplejo”– le parecía decididamente cursi. “Convencido de la validez de sus efectos literarios, Lovecraft es el reverso de Bram Stoker en la medida en que prescinde de toda connivencia con el lector, y en cambio busca su hipnosis con recursos que hubieran sido eficaces en tiempos de Mrs. Radcliffe pero que actualmente resultan irrisorios,”, escribe el autor de Rayuela en un ensayo titulado “Lo gótico en el Río de la Plata”, donde traza el desarrollo de la literatura fantástica en el sur de Suramérica, así como para las razones de su buena salud en esta zona, y subraya de donde viene su gusto por este genero. Leyendo ayer este ensayo contenido en la revista académica Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien y publicado en 1975, entendí que de esto hablan ciertos escritores cuando se refieren a genealogías literarias de los autores a los cuales nos acercamos y de aquellos de los cuales nos alejamos. A pesar de que mi primera lectura de Rayuela fue accidenta y no le hizo justicia a la obra, hoy leo obsesivamente a Cortázar una y otra vez, porque en cada lectura reconozco algo nuevo, quizá ahora mío, en sus palabras. En Lovecraft, por que no me interesa leerlo, no reconozco nada, por mucho que me guste redundar en ciertas atroces pesadillas.





lunes, 12 de mayo de 2014

Didion lo “deja ser”

Play it as it lays (FSG Books, 1970) de Joan Didion enseña una valiosa lección: que no es lo mismo ser vulnerable que débil.
A falta de una edición española o latinoamericana de este libro, propongo esta traducción de su título en castellano: “Déjalo ser”. Esta es la frase, entre conformista e indiferente, que usamos los venezolanos para dejar que las cosas pasen sin que influyamos en sus resultados. A esto hace alusión la novela, un clásico en la obra de la periodista, ensayista y narradora estadounidense, en donde Maria Wyet presencia como la crisis de su matrimonio con el joven y pujante director cinematográfico, Carter Lang, se lleva por un despeñadero su vida, sin que ella pueda hacer nada para detenerla.
María –“Mar-eye-ah”, escribe en la auto-presentación del personaje la autora nacida en Sacramento (California) – es una actriz mediocre de una treintena de años con una hija que sufre de retardo mental y un esposo que no le pone atención y que para salvar su matrimonio le impone un aborto. Cree que el no nato es fruto de la relación de su esposa con el guionista Less Goodwin, pero puede ser de cualquiera –menos Carter, que no la toca en las 214 páginas de la novela– porque la protagonista encarna bien la libertad sexual de la década de los años sesenta.
“Esto es solo menstruación inducida”, le dice el medico que le está practicando el aborto: “No es nada para tener dificultades emocionales. Mejor que definitivamente no piense en esto. Generalmente la pena es mayor cuando pensamos” (p. 82). El episodio marca profundamente a Maria y demuestra su vulnerabilidad como mujer en plena época de lucha por los derechos civiles.
Pero Maria no es débil como su amigo, el supuestamente progre BZ, que a pesar de que humilla constantemente a su mujer y tiene frecuentes aventuras, mantiene su matrimonio con Helene porque su madre le paga para ello. Ella es vulnerable, sí, porque es víctima: de Carter, de sus amigos y del machismo de su tiempo así como de un entorno familiar y social lleno de hipocresías ella se mantiene aferrada enfrentando su vida, aunque deba hacerlo desde un sanatorio. Es a los débiles como BZ para quienes está reservada la cobardía del suicidio. BZ que en su condición de hombre y de joven productor todo lo tenía, no podía saber qué hacer para sentirse mejor: he allí la definición de debilidad.

Un retrato soberbio de la década de los años sesenta, Play it as it lays es el aterrador testimonio desde la ficción de una mujer carcomida por las circunstancias y el entramado de hipocresías que le tocó vivir.

jueves, 8 de mayo de 2014

Epulón de papel


Con dos círculos unidos en una tangente, la maestra dibujó sobre el pizarrón un hombre gordo, con dos puntitos de ojos mirando hacia el cielo y abriendo su bocaza, que era una pequeña elipse en la punta del círculo más pequeño.
Arriba dibujó una sucesión de semicírculos que imitaban las versiones más simples de las nubes y sobre éstas pintó a un hombre sentado y otro parado. Como la pizarra no era tan grande, solo pudo llegar a completar las dos imágenes humanas hasta las caderas. Estaban vestidos con las túnicas de los protagonistas de los evangelios.
Luego nos explicó la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, cuya enseñanza moral radica en que se castigó con los tormentos del infierno a Epulón, “un hombre rico que hacía “cada día banquete con esplendidez”, (Lucas 16, 19-31) y se premia con el cielo al mendigo Lázaro que vivía “echado a la puerta de aquel, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico”. Cuando Epulón pidió a Abraham que Lázaro mojara sus labios con agua para refrescar el calor de infierno, este se negó: “acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado”.
Como tengo vocación de gordita, la imagen del hombre que no podía ni comer migajas siempre me mortificó, pero no había vuelto a pensar en ello hasta que leí que la Asamblea Nacional aprobó un crédito adicional de 118.394.640,06 dólares para el Complejo Editorial Alfredo Maneiro (CEAM), que imprime periódicos oficialistas como El Correo del Orinoco y Ciudad Caracas, entre otros.
La cantidad autorizada por la AN es diez millones de dólares más que el total de las divisas aprobadas por Cadivi en 2013 para la importación de papel. No me queda claro si esto es un aporte extraordinario o es la totalidad del presupuesto del organismo que en febrero fue adscrito al Despacho de la Presidencia –por lo cual importa papel periódico a precios preferenciales– y al mismo que en octubre de 2013 le fueron asignados 22.533.313 bolívares.
El CEAM parece llamado a ser el “policía bueno” –¿el centurión que reparte las migajas de la mesa de Epulón?– de la crisis de papel, pues recientemente, auxilió a media centena de diarios de provincia, como resultado de las negociaciones con la Cámara de Periódicos Regionales. Enhorabuena
 Ahora, yo me pregunto: ¿no era más fácil y barato terminar de asignar los dólares aprobados por Cadivi en 2013?
Me parece que estamos ante un nuevo esquema de dominación financiera de las empresas editoriales privadas. No en balde, el decreto 766 de la Gaceta Oficial número 40.346, que oficializa la vinculación del CEAM con el despacho presidencial, señala que la resolución busca “propulsar la transformación del sistema económico “ hacia el socialismo bolivariano –sea lo que sea que esto quiere decir–, “acelerar la recuperación de la economía nacional, por lo cual se trata de incrementar la capacidad de la producción nacional” y la “distribución de bienes culturales a nivel nacional [sic.] y en particular el aumento de la producción de libros y revistas”.
El martes, el diputado del Psuv por el estado Anzoátegui, Earle Herrera hizo hincapié en que en el CEAM también “se imprimen 20 millones de libros, para acabar con el monopolio privado del sector”.
 Las ideas de Herrera y los deseos expresados por el Presidente “con el supremo compromiso y voluntad de lograr la mayor eficacia política” en la Gaceta Oficial son (cuando menos) cándidos, pues Cifras del Centro Nacional del Libro indican que los venezolanos no leen la producción editorial patrocinada por el Estado. En la Encuestadel Comportamiento Lector, Acceso al Libro y la Lectura en Venezuela, publicada en 2012, un 81,2% de los encuestados declaró no haber recibido nunca un libro del Estado –lo que incluye textos editados por Monte Ávila, El Perro y la Rana, la Fundación Ayacucho–. Es decir, los libros que ya se encuentran circulando por el país de las editoriales estatales no reciben atención de los lectores. ¿No es más útil y económico fortalecer los planes de lectura? ¿Dotar a las bibliotecas?
Como nada es casual en política, no creo en la candidez de ningún gobierno. Y pienso que la asignación al CEAM es una estrategia para organizar la dotación de los diarios de provincia y algunos otros de tirajes limitados en el país, pero no es una ayuda ni para el sector editorial ni para los lectores. En el caso de la supuesta edición de 20 millones de libros –¿quiénes escriben estos títulos?, ¿quiénes los corrigen?, ¿quiénes los editan?, ¿cuál es el aporte que estos hacen a la discusión intelectual del país?–, no se trata de un complicado esquema para ideologizar a los lectores como algunos paranoicos piensan, ya hace años que pasamos ese puno en la Revolución Bolivariana, creo que se trata de construir una cortina de papel para cubrir que el impacto que las dificultades para adquirir divisas están teniendo sobre los precios de los libros es, en última instancia, culpa de las torpes políticas culturales y financieras del chavismo.
De ese banquete de papel los diarios de provincia están recibiendo las migajas que caen de la mesa de Epulón, para que luego, cuando vengan los calorones del infierno, no venga nadie a decir que no se hizo nada para ayudar a la empresa privada o que este gobierno es –¡Ave María Purísima!– antiintelectual.