Lo importante de la anécdota de
dos mujeres que están sentadas en un bar no es el hombre sobre el que discuten.
Se llama Ramón y es un estudiante de Biología que no es la mejor pareja para
ninguna pero que, como los hombres están en extinción, es el motivo de este
relato. Lo importante es que quien establece el conflicto entre ellas es el
mesonero metiche que quiere ser escritor. Por eso, cuando una le dice a la otra
que Ramón es el hombre de su vida, el
mesonero sonríe de lado y pone atención. Como la otra suelta una carcajada, el
mesonero piensa en estereotipos. En esa frase estaban concentradas la esencia
de cada una: la suripanta y la mojigata; María Magdalena y María la Virgen. El
Nuevo Testamento contenido en dos mujeres. Claro que todo tiene sus matices,
pero esto es un cuento que luego va a escribir un hombre que se aburre
sirviendo cervezas en El León y no es menester demorarse para aclarar que a Esperanza
le enternece el candor de Perla ni que esta admira el desparpajo de su amiga.
Los personajes son sólo eso, personajes.
lunes, 27 de febrero de 2017
lunes, 20 de febrero de 2017
Hablar en inglés
– No entiendo por qué están
orgullosos de no hablar inglés.
Con
esas palabras, dichas en su idioma, la señora irrumpía en el pasillo lateral de
la librería.
– ¿Puedo ayudarla?, contesté,
más por reflejo que porque me interesara hacerme útil.
Sorprendida,
la mujer se detuvo un segundo para negar con la cabeza, sin llegar propiamente
a darme las gracias. Era una estadounidense de rasgos asiáticos de no más de 65
años con unos grandes lentes de ver y una ligera chaqueta de invierno marca
Burberry. Su esposo, un hombre alto y muy entrado en años la seguía, sin hacer
el menor ruido. Imaginé que estaba allí porque buscaba un libro y que había
preguntado por este a la vendedora y esta hizo ademán de no entenderle. Sin
contestarle, o quizá haciendo algún ademán que significaba que no sabía qué le
decía (porque no escuché decir nada a la vendedora, ni en castellano ni en
inglés), la vendedora debe haberle señalado la parte interior de la librería o
haber hecho algún ademán que obligara a la estadounidense (con su acento
inequívoco del East Coast) a ir hasta
el fondo. Y encontrarse de frente conmigo, que la había escuchado, en su
momento de fanfarroneo.
Yo me
pregunto qué habrían hecho en la Barnes&Noble ubicada en la quinta Avenida
con la calle 46 de Manhattan: ¿Habrían buscado a un empleado que hablara
castellano para responder a mi pregunta? ¿Qué le hubieran dicho a una persona
que les hubiera pedido un libro que no puede reconocer porque la gente en
Estados Unidos se empeña en hablar en
inglés? ¿Qué sentido tiene entrar en una librería de un país cuyo idioma
oficial no hablamos para comprar un libro?
Me
sentí tentada a perseguir a la señora hasta la parte de atrás de la librería y
decirle que, después del mandarín, el castellano es la lengua madre de más personas
en el mundo, con 400 millones de hablantes, y que por eso estamos orgullosos.
Que ella misma debería aprender a hablar en castellano, visto lo numerosa que
es la población hispanohablante en su país y la enorme fuerza financiera que se
identifica allí con ese idioma. Y que, además, tiene todo el sentido del mundo
que en una librería no se hable otro idioma que no sea el que hablan los libros
que allí se encuentran. Pero luego miré a mi alrededor los títulos de las
publicaciones que descansaban sobre las mesas y dentro de las estanterías. Por
cada decena de libros traducidos de otros idiomas, la mayoría de ellos escritos
originalmente en inglés, había uno escrito por un autor español y, quizá, otro
por uno hispanoamericano.
Quizá
el problema es que nos hemos empeñado en no
hablar inglés sin tener un verdadero interés en hablar castellano.
lunes, 6 de febrero de 2017
Pose de lectores
En un ensayo sobre la escritura
biográfica de Victoria Ocampo, Silvia Molloy recuerda que cuando era niña,
antes de aprender a leer, la fundadora de Sur
acostumbraba a hacer como que leía un libro que, de tanto escucharlo, había
memorizado. “Recuerdo el cuento perfectamente”, escribió Ocampo: “y sé qué está detrás de las
letras que no conozco”. Enunciando una experiencia similar, cuando los periodistas le preguntaban por sus primeras
lecturas, Ricardo Piglia contaba que había visto a su abuelo leer muchas veces
y, queriendo imitarle a pesar de que aún no sabía leer, a la hora de la siesta
tomó un libro de su biblioteca y fue a sentarse en las escalinatas de la puerta
de su casa con el extraño objeto abierto entre sus manos. Como la casa quedaba
cerca de la estación de trenes de Androgué era frecuente que pasaran por allí los viajeros que llegaban cada media hora. A la hora de la siesta
serían pocos, pero uno de ellos le señaló al chico que sostenía el libro al
revés. A Piglia le gustaba creer que ese hombre era Borges, porque en aquellos
tiempos, su familia aún pasaba los veranos en el Hotel Las Delicias de ese lugar. Aunque las
experiencias de los dos autores argentinos son diferentes, porque para Ocampo representa el contacto directo con la anécdota, la atracción por lo escrito, y
para Piglia se trata de la fascinación por el placer de esa atracción por la lectura como proceso, destaca que
desde la niñez de ambos existió la necesidad de hacer propia la lectura. Así ambas anécdotas ponen en evidencia que, al principio, la lectura, como la
escritura, es un ejercicio de imitación.
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