La fecha del 23 de abril no se
conmemora solo la muerte de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes que
dieron motivo a la UNESCO para conmemorar en esa fecha el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor. (Es cierto que también se conmemora la desaparición física,
el mismo año de 1616 que el autor inglés y el español, del primer mestizo cultural de América, Gómez Suárez de Figueroa,
mejor conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, aunque esto no interese tanto
a la UNESCO). Pero la casualidad que me interesa ocurrió siglos después: también un 23
de abril, pero de 1936, murió Ana Teresa Parra Sanojo, Teresa de la Parra.
En 1931, a esta escritora
fundacional de la literatura venezolana le habían diagnosticado una enfermedad
pulmonar que la fue matando lentamente y la llevó a deambular por Europa:
Suiza, Francia y España. En ese país murió la que había nacido en 1899.
Y aún después de su cuerpo siguió el sino de su vida trotamundo. Sepultada inicialmente en La Almudena de Madrid, en 1947 sus restos
fueron trasladados al Cementerio del Sur en Caracas y desde el 7 de noviembre
de 1989, reposa en el Panteón Nacional.
Y yo me pregunto por qué los venezolanos que estamos prestos a celebrar cualquier efeméride no hemos puesto más atención a esta casualidad. Y pienso que esto es resultado de la condescendencia con que tratamos a esta autora.
Y yo me pregunto por qué los venezolanos que estamos prestos a celebrar cualquier efeméride no hemos puesto más atención a esta casualidad. Y pienso que esto es resultado de la condescendencia con que tratamos a esta autora.
¿Por qué si su libro Memorias de Mamá Blanca se publicó en
Francia y en Venezuela en 1929, el mismo año que la Doña Bárbara de Gallegos apareció en España se ha encumbrado como
obra definitiva de la identidad venezolana esta última? La decripción que hace
Teresa de la Parra de las costumbres nacionales es indiscutible, no sólo en le
caso de Memorias de Mamá Blanca, sino
también en el de Ifigenia: Diario de una
señorita que escribió porque se fastidiaba, publicada un lustro antes y
celebrada por intelectuales españoles de la talla de José Ortega y Gasette.
No debe ser por el retrato de
lo nacional que hace la autora en sus páginas. Porque no había nada más criollo
en su época que ese francés ominpresente en el hablar de los burgueses de
principios de siglo que exhiben María Eugenia, la abuela y hasta el Tío Pancho. Porque aún está vigente el tributo a
la vanidad nacional que son las largas horas de toilet de describen las narradoras de sus novelas. ¿Quién duda que
como Mamá Blanca en su época, muchas venezolanas piensen aún que “el primer
deber de toda mujer es parecer hermosa”? Sin embargo, ¿cuántos llaneros
contemporáneos se comportan ahora como Juan Primito?
Claro que Gallegos fue también presidente de Venezuela y
miembro de del partido que instauró la democracia en el país. Pero el caso no deja
ser interesante para preguntarse los caminos de la perdurabilidad literaria en
Venezuela.
Ah… Y ¿saben qué fue lo último que dijo Teresa antes de
morir? Pidió un puñado de tierra de su tierra para meterse en la boca.