“Que uno se sienta superior a otro no le hace superior. Pero sentirse inferior a alguien sí le hará ser inferior a él”.
Álex Grijelmo, La punta de la lengua
“Que uno se sienta superior a otro no le hace superior. Pero sentirse inferior a alguien sí le hará ser inferior a él”.
Álex Grijelmo, La punta de la lengua
Sí, como Michel Foucault explica en su Historia de la Sexualidad, desde el siglo XVII existe una obsesión tal en occidente con el sexo que se termina creando un discurso alrededor de la sexualidad, entonces el Marqués de Sade (1740-1814) no era realmente un marginado, un sucio libertino. Por eso Donatien Alphonse François (Marquis de Sade) famoso por escribir pornografía filosófica y con frecuencia violenta, que pensaba que la obtención del placer personal era e principio más sagrado. Pero si nos detenemos a pensar un poco su época él era un hombre bastante coherente con su época –un verdadero heredero de la Ilustración. Y s sólo esta conexión con su momento histórico lo que lo hace universal y despierta las sensibilidades de académicos modernos desde Teodoro Adorno a Simone De Beauvoir.
Nunca había pensado durante suficiente tiempo qué es lo que me gusta tanto de los ensayos de Julia Kristeva. Pero lo interesante de la escritura es que siempre hay una idea que te ataca, entre la sucesión de párrafos y el extenso bosque conformado por millones de letras, no importa cuán cansado estés. Con Poderes de la perversión, que lo leo por segunda vez, me acaba de pasar algo así. Allí acabo de descubrir que la autora búlgara no realiza un estudio de la femineidad, sino de la marginalidad, en la que el sujeto revolucionario, femenino o masculino, es capaz de irrumpir en el orden simbólico y distorsionarlo.
Lo abyecto que yo tomo de Kristeva explica también por qué me intereso con igual pasión por la investigación feminista que por la búsqueda de lo real sórdido en la literatura venezolana. Si yo siento, como mujer que mi discurso es marginal y abyecto, ¿por qué no voy a poder ser capaz de discernir el discurso de otros en mi otredad que sufren la misma marginación?
De la misma manera que cada quien tiene una imagen específica para calcular la felicidad –Los Beatles, en una canción, hablan de longitudes y edades—, cada uno de nosotros tiene su medida del fracaso. La imagen del éxito en la sociedad contemporánea, como escribe Muriel Barbery en La elegancia del erizo, sobre la familia de una de sus protagonistas es “una juventud dedicada a tratar de rentabilizar la propia inteligencia, a exprimir como un limón el filón de los estudios y a asegurarse una posición de élite”. Pero no todos nosotros nos sentimos satisfechos con eso. El problema está en que, de la misma manera que aquello que nos produce alegría es una prerrogativa íntima, también la satisfacción lo es. Entonces, nadie sino uno mismo puede saber cuándo ha fracaso realmente, aunque sea rico como un Rockefeller o esté en la cúspide de la popularidad, lugar que nunca depende de uno.
Joaquín Marta Sosa, un bardo a quien admiro, acaba de publicar dos poemarios: Gangia y Campanas de Nogueira. Acá una reflexión suya que es simple y dramática:
“Lo propio de la religión es licuar el poder para que desaparezca y que estemos todos en pie de igualdad frente a un hecho que es completamente desinteresado, en el sentido de que ni viene ni te lleva a ninguna parte, sino que viene y te lleva a ti. Esa es la idea de lo sagrado: tú formas parte de un cosmos que es sagrado: Tú eres sagrado, los otros son sagrados”
Una reflexión de Jorge Volpi en No será la Tierra (2006) me golpeó por su certeza: refiriéndose al estado de los diarios en la recién nacida Rusia, apuntó que el cambio más grande que había traído la recién inaugurada libertad de prensa fue la apertura a nuevos mercados, que la sometió a la tiranía de la publicidad y al menoscabo del periodismo investigativo –que había servido refugio y reafirmación a la oposición rusa, así como a su pueblo afligido por la dictadura—. Comenzaron a proliferar, en los mismos espacios donde antes se le daba cabida al pensamiento de oposición, intereses más espectaculares, al fin y al cabo la gente lo que quería era distraerse. Claro que Volpi lo escribió mejor, pero ustedes me entienden.
Ya en su Poética, Aristóteles señalaba que el espectáculo –que él asociaba con un modo que se manifiesta en la tragedia, por su particularidad de género presentativo— era la parte menso importante de una obra literaria, porque la estimaba como la menos propia del arte poética. Así, el espectáculo era, desde los tiempos inmemoriales, el estrato más superficial y menos empático –porque los discursos de la empatía, más que de la simpatía, son la base de la cultura griega—. ¿De qué vale, entonces, de que siglos después nos empeñemos en cambiar el discurso dominante con la forma más superficial del discurso abstracto?