Quienes hayan usado un bozal por tiempo prolongado
sabrán que a las aflicciones en los labios y a la presión sobre los dientes se
les suman las abrasiones, raspaduras y cortes causados por el roce de las
cuerdas de cuero con las mejillas. En el caso de Diana, la piel sobre los
maxilares comenzó a romperse apenas semanas después de que Cecilia le pusiera
el bozal, pesar de que los cuidados de su fiel Teresa no cesaban. Cuando se
lavaba y lijaba los dientes –porque Diana continuaba con sus rutinas aunque su
abuela no hubiera vuelto a preguntarle si lo había hecho– no le gustaba verse
en el espejo porque le repugnaba su cara llena de úlceras. Hasta que una noche
notó que una de las heridas se había resecado y estaba morada. Extendió una
sonrisa sobre sus labios a ver si eso cambiaba la forma o el color de la mancha
y observó que tomaba la forma de un rasguño violáceo del que brotaba sangre. Sin
saber ni interesarle por qué lo hacía, tomó saliva de su boca con un dedo y
frotó la mancha con cuidado. Sintió un leve escozor. Al ver que la sangre no
desaparecía sino que comenzaba a hincharse en una burbuja de aceite rojo, tomó
un poco más de saliva. El efecto fue que probó la sangre sobre sus dedos.
miércoles, 20 de mayo de 2015
martes, 5 de mayo de 2015
Escritores fantasmas
Al
escritor canario Anelio Rodríguez le gusta decir que es un escritor fantasma.
Esto se debe a que vive en la isla más chiquita del archipiélago de Las
Canarias, a que sus libros se han agotado sin perspectiva de reposición –bien
porque las editoriales que los publicaron ya no existen o porque no tienen
interés en hacerlo– y, principalmente, porque tiene cinco libros inéditos.
Esto
es más o menos lo que escribo en su entrevista, pero mientras la llevo acabo,
con el hombre enfrente, pienso en otra cosa: Por un momento se me olvida que
converso con un escritor de afuera, uno que no es venezolano. El acento, la
pinta, qué se yo… Aunque, pensándolo bien, quizá se deba a que esta cualidad
espectral con que Rodríguez asume su profesión lo equipara también con la
mayoría de los escritores venezolanos en estos días aciagos de la crisis
económica de mi país que con la falta de papel, la erosión de las editoriales y
los altos precios de los libros, entre otras vicisitudes, ha dado al traste con
tantos derechos humanos, incluyendo el de la bibliodiversidad. Lo que Rodríguez
enuncia como una broma sobre sus situación de escritor marginal, la cual él
mismo promueve por detestar las falsas luces del mercado, es una tragedia en
ultramar: los escritores venezolanos, a pesar de que siempre estuvieron en la
periferia, son ahora más invisibles que nunca.
Unos
fantasmas son morales, nacidos del suicidio y de la vocación; otros lo son por
causas inmorales, multiplicados por una negligencia asesina.
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