La única comunicación que yo
quiero sostener con los marcapáginas es cuando hay más de uno dentro de un libro.
En la pila de tres o cuatro libros en mi mesa de noche siempre hay uno con más
de un marcapáginas: esas son las publicaciones que me causan desasosiego, aquellas
que he comenzado a leer y me veo obligada a terminar, no porque me interese en
sus tramas o sus reflexiones, sino porque me toca escribir sobre ellos. El
primer marcapáginas me dice por dónde voy y el segundo cuánto me falta para
terminar el capítulo. Si hay más de dos marcapáginas la lectura será larga y
por eso me veo obligada a dosificarla.
Cada marcapáginas, como las
pequeñas metas en un triatlón, me dice cuántas pruebas faltan por superar.
Porque si bien la mayoría de las veces es cierto el lugar común que dice que leer
es un placer, cuando leemos por trabajo, la lectura, aunque sea de ficción, no
es más que es eso: trabajo. Además, tengo mucho cuidado en determinar qué libro
va marcado con marcapáginas y cuál con post-its.
Uno es el libro de una lectora que reseña, el otro es el libro de una
académica. Dos formas de leer completamente distintas, dos relaciones con los
libros que nacieron del amor a la lectura, pero que en algún lado del camino se
convirtieron en otra cosa.
1 comentario:
Muy acertada entrada.
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