lunes, 20 de febrero de 2017

Hablar en inglés

– No entiendo por qué están orgullosos de no hablar inglés.
Con esas palabras, dichas en su idioma, la señora irrumpía en el pasillo lateral de la librería.
– ¿Puedo ayudarla?, contesté, más por reflejo que porque me interesara hacerme útil.
Sorprendida, la mujer se detuvo un segundo para negar con la cabeza, sin llegar propiamente a darme las gracias. Era una estadounidense de rasgos asiáticos de no más de 65 años con unos grandes lentes de ver y una ligera chaqueta de invierno marca Burberry. Su esposo, un hombre alto y muy entrado en años la seguía, sin hacer el menor ruido. Imaginé que estaba allí porque buscaba un libro y que había preguntado por este a la vendedora y esta hizo ademán de no entenderle. Sin contestarle, o quizá haciendo algún ademán que significaba que no sabía qué le decía (porque no escuché decir nada a la vendedora, ni en castellano ni en inglés), la vendedora debe haberle señalado la parte interior de la librería o haber hecho algún ademán que obligara a la estadounidense (con su acento inequívoco del East Coast) a ir hasta el fondo. Y encontrarse de frente conmigo, que la había escuchado, en su momento de fanfarroneo.
Yo me pregunto qué habrían hecho en la Barnes&Noble ubicada en la quinta Avenida con la calle 46 de Manhattan: ¿Habrían buscado a un empleado que hablara castellano para responder a mi pregunta? ¿Qué le hubieran dicho a una persona que les hubiera pedido un libro que no puede reconocer porque la gente en Estados Unidos se empeña en hablar en inglés? ¿Qué sentido tiene entrar en una librería de un país cuyo idioma oficial no hablamos para comprar un libro?

Me sentí tentada a perseguir a la señora hasta la parte de atrás de la librería y decirle que, después del mandarín, el castellano es la lengua madre de más personas en el mundo, con 400 millones de hablantes, y que por eso estamos orgullosos. Que ella misma debería aprender a hablar en castellano, visto lo numerosa que es la población hispanohablante en su país y la enorme fuerza financiera que se identifica allí con ese idioma. Y que, además, tiene todo el sentido del mundo que en una librería no se hable otro idioma que no sea el que hablan los libros que allí se encuentran. Pero luego miré a mi alrededor los títulos de las publicaciones que descansaban sobre las mesas y dentro de las estanterías. Por cada decena de libros traducidos de otros idiomas, la mayoría de ellos escritos originalmente en inglés, había uno escrito por un autor español y, quizá, otro por uno hispanoamericano.
Quizá el problema es que nos hemos empeñado en no hablar inglés sin tener un verdadero interés en hablar castellano.


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