La inocencia de una niña es una convención tan falsa como
incómoda. Aunque el desarrollo de la psicología ha permitido determinar que los
impulsos primitivos están en infantes tanto como en adultos, la sociedad se
empeña en asumir el candor de las niñas. Si los educadores han puesto tanto
énfasis en proclamar la inocencia de las hijas es porque, a igual que se evitan
explicaciones incómodas, también esconden los impulsos que terminarán convirtiéndolas
en mujeres. La banalización de la niñez y el encubrimiento de las vinculaciones
entre los deseos y lo femenino termina por erigirse como una forma de violencia
contra las futuras mujeres pues esas mojigaterías permiten la construcción de
entramados culturales dentro de los cuales ellas son socializadas dentro del estatus quo masculino.
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