lunes, 18 de septiembre de 2017

El poder de la metáfora

Para Aristóteles lo mejor era tener maestría en la metáfora porque su arte no puede aprenderse: se sustenta en la intuición, más que en la apuesta gramatical. Pero cuidado, que quizá el primer crítico literario de la historia esté ofreciéndonos más que un juicio estético, uno ético. En su Poética identifica este recurso literario con el ojo que sabe contemplar las relaciones de semejanza. ¿Y no es acaso saber reconocerse en el otro la base de la empatía humana?


Si, al romper y redefinir los significados de las palabras, la metáfora puede decir lo indecible, ¿cómo es que no se encuentra en el centro de nuestra comunicación? Quizá porque una forma de perversión se apropia de los mecanismos de la metáfora para construir el eufemismo. Y es este, en cambio, el que privilegiamos en nuestras relaciones. Así lo que en una forma retórica es la traslación de un sentido a otro figurado se convierte en la manifestación decorosa de lo malsonante. Porque la metáfora no esconde la realidad, nos hace captarla a través de la emoción tanto como con la razón. El eufemismo nos miente, convirtiendo a la poesía en vil ocultamiento.

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