Dos hermanas que se enfrentan a un padrastro siniestro,
un abuelo que llega desde la Alemania nazi a un carnaval, una pareja que con
muchas dificultades intenta tener un hijo y unos padres que se enfrentan por la
calidad de la educación de una niña acosada en el colegio son algunos de los
personajes que transitan por los cuentos de Gente
decente, un libro que demuestra que “la identidad es el ideograma donde se funden las memorias
familiares y las decisiones propias” y que existen pocas cosas tan falsas como
la decencia.
En el libro, la familia es una lata donde una vez hubo
galletas en cuyas entrañas se gesta una definición de decencia que moldea la
personalidad de cada quien. Cuando decimos “decente” nos referimos a una
categoría estética, que alude al aseo o a la compostura, pero esa palabra también
tiene un sentido social. Se supone que una persona decente también es honesta,
un ejemplo de probidad ante sus iguales y, además, digna y modesta. Bravo, a eso
aspiramos todos. En el camino que va desde la aspiración hasta la realidad se
cifran los ocho relatos de este libro.
Sumergidos en la atmósfera de las intrincadas relaciones que
se articulan entre parientes, los relatos de esta colección cuestionan la
máxima aspiración del grupo de personas que representan la célula fundamental
de la sociedad. Si es cierto que todas las familias aspiran a producir vástagos
que sean dignos y honestos, ¿qué pasa cuando los mismos lazos familiares se han
corrompido?
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