lunes, 17 de octubre de 2016

De populismo, bardos y premios

Acorde con los tiempos que vivimos, la Academia Sueca otorgó a Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura en un ejercicio de populismo. No nos engañemos pensando que la decisión reconoce los aportes del cantautor a la cultura universal o por la revolución que su música supone en la tradición estadounidense (yo añadiría que mundial). Ni siquiera porque su música es poesía. Y la suya es de lo mejor en el género de la lírica que ha producido la era contemporánea. El problema es que el anuncio de la institución que cada año otorga el premio más importante de las letras en el mundo produjo (al menos) tres eslóganes simplificados. Uno, que hay muchas formas de escritura. Dos, que la literatura es un fenómeno cultural híbrido. Tres, que es hora de acercar la Academia a las masas.
No digo que Bob Dylan no sea intelectual. No digo que la literatura no le deba su existencia a la trovadoresca y juglaresca. No digo que la literatura no sea el germen de la música (como lo es también, por cierto, del cine y de la televisión); o viceversa, que de la música no nació la poesía. Lo que digo es Robert Allen Zimmerman se define a sí mismo como músico. ¿Por qué quiere una academia decirle que es otra cosa?
Bob Dylan por Francisco Javier Olea
Tampoco digo que la única forma de escritura esté en novelas, poemarios y cuentos. Eso sería estrechez de miras. Espero, para celebrarlo, el momento en que entren a la quiniela del Nóbel Art Spiegelman, autor de la novela en cómic Maus, y Maryana Satrapi, autora de Persépolis. Igual que hace Dylan con la música y Svetlana Alexiévich con el periodismo, Spiegelman y Satrapi usan la ilustración para contar las realidades del mundo con la coherencia que esperamos de la literatura. ¿En la era de los discursos multimedia vamos a seguir peleando por qué es literatura?
Sí, hay muchas formas de escribir, pero esto va más allá de la discusión sobre la pluralidad. Pero, antes de entra en ese tema y referirme al tercer eslogan producido por el fallo de la academia, tengo que decir no comparto la postura de quienes critican que el Nobel 2015 se le diera a Alexiévich diciendo que es periodista y no escritora. Como si el periodismo no fuese también un género de la literatura. Es cierto que no todos los periodistas son escritores (hay muchos en los soportes de televisión y radio) y que es mediocre gran parte de la escritura que se lee hoy en los periódicos, pero también hay mala narrativa de ficción y poesía cursi. Un año después de que Alexiévich saltara a la fama con el mismo premio que la Academia otorga ahora a quien no puede ser más popular, no hay excusas para no conocer la profundidad del trabajo de la autora nacida hace casi setenta años. Lamento aquellos que no la hayan leído, pues han perdido un documento crucial para medir el fracaso de la utopía soviética cuyo valor es narrar desde las víctimas de la historia. ¿Quién me va a decir que eso no es Literatura?
El anuncio del premio a Dylan no solo le reconoce como autor, constituye un discurso populista de la Academia al que debemos atender. En su acercamiento a las masas, la decisión de los suecos – y bien que se han hecho los suecos– invade los lugares tradicionales de la literatura para implantar la polémica, preferiblemente la alimentada con juicios categóricos y mejor si estos pueden resumirse en 140 caracteres. Porque lo importante aquí son los efectos de la polémica y no su contenido. En una época cuando asistimos a la erosión de los espacios físicos para el fomento de la lectura, las librerías quiebran y los estados no sueltan los fondos para mantener loes espacios culturales, la institución que otorga el premio más importante de la literatura no dirige a la gente a la sala de lectura de la biblioteca. Por que los autodenominados defensores de la literatura pop por lo menos me concederán que al señalar que Dylan creó “nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran tradición musical americana”, se dirige a los lectores a las discotiendas –o, por lo menos, a iTunes–. Pues mientras intentamos definir el ámbito de la literatura nos mantenemos pegados a la pantalla de la computadora o del móvil.
En la producción de los discursos sobre las muchas formas de hacer literatura, su cualidad híbrida y la necesidad de acercarse al público, los académicos construyeron una enorme bomba de humo que lanzaron a nuestras caras y se retiraron por la puerta de atrás mientras lectores, escritores, periodistas y críticos literarios se atacan entre sí con la más vieja pregunta de la literatura. La discusión me interesa menos que los métodos por medio de los cuales las instituciones de poder quieren hacernos creer que nos representan. En un mundo habitado por unos siete mil millones de personas, donde las redes sociales han creado la ilusión de que la comunicación es, por fin, horizontal –aunque sabemos que el verdadero poder de esa comunicación se encuentra en el famoso algoritmo de Google– las instituciones tienen que hacernos creer que están cerca de nosotros para validar su poder. Y si hay un grupetín que en los últimos años ha sido tachado una y otra vez encerrarse en una torre de marfil es el de las personas que eligen el Premio Nobel de Literatura.
El falso problema de qué es y qué no es literatura distrae de la discusión que deberíamos tener: la imposibilidad de llegar a todas las lecturas que nos permitan hacernos una mínima idea de la anchura y la profundidad de este mundo. Si es por escuchar, ya llevamos décadas escuchando a Dylan y sobre Dylan. Mi recriminación a la academia sueca puede resumirse en un solo gran reproche: que no nos puso a leer.

@michiroche
  

1 comentario:

Jorge Chevalier dijo...

De acuerdo contigo... solo resaltaria que no has querido entrar en materia con el premio de Santos... Donde, si pensara mal, me atreveria a afirmar que el populismo ya hace años viene atado al Nobel de la Paz...

Solo que esta vez fue tan descarado que sacaron el de Dylan para tapar un escandalo con otro...(tactica comun en los populistas....)