Acorde con los tiempos que
vivimos, la Academia Sueca otorgó a Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura en
un ejercicio de populismo. No nos engañemos pensando que la decisión reconoce los
aportes del cantautor a la cultura universal o por la revolución que su música
supone en la tradición estadounidense (yo añadiría que mundial). Ni siquiera
porque su música es poesía. Y la suya es de lo mejor en el género de la lírica
que ha producido la era contemporánea. El problema es que el anuncio de la
institución que cada año otorga el premio más importante de las letras en el
mundo produjo (al menos) tres eslóganes simplificados. Uno, que hay muchas
formas de escritura. Dos, que la literatura es un fenómeno cultural híbrido.
Tres, que es hora de acercar la Academia a las masas.
No digo que Bob Dylan no sea
intelectual. No digo que la literatura no le deba su existencia a la
trovadoresca y juglaresca. No digo que la literatura no sea el germen de la
música (como lo es también, por cierto, del cine y de la televisión); o
viceversa, que de la música no nació la poesía. Lo que digo es Robert Allen
Zimmerman se define a sí mismo como músico. ¿Por qué quiere una academia
decirle que es otra cosa?
Bob Dylan por Francisco Javier Olea |
Tampoco digo que la única forma
de escritura esté en novelas, poemarios y cuentos. Eso sería estrechez de miras.
Espero, para celebrarlo, el momento en que entren a la quiniela del Nóbel Art
Spiegelman, autor de la novela en cómic Maus,
y Maryana Satrapi, autora de Persépolis.
Igual que hace Dylan con la música y Svetlana Alexiévich con el periodismo,
Spiegelman y Satrapi usan la ilustración para contar las realidades del mundo
con la coherencia que esperamos de la literatura. ¿En la era de los discursos
multimedia vamos a seguir peleando por qué es literatura?
Sí, hay muchas formas de
escribir, pero esto va más allá de la discusión sobre la pluralidad. Pero,
antes de entra en ese tema y referirme al tercer eslogan producido por el fallo
de la academia, tengo que decir no comparto la postura de quienes critican que
el Nobel 2015 se le diera a Alexiévich diciendo que es periodista y no
escritora. Como si el periodismo no fuese también un género de la literatura.
Es cierto que no todos los periodistas son escritores (hay muchos en los
soportes de televisión y radio) y que es mediocre gran parte de la escritura
que se lee hoy en los periódicos, pero también hay mala narrativa de ficción y
poesía cursi. Un año después de que Alexiévich saltara a la fama con el mismo
premio que la Academia otorga ahora a quien no puede ser más popular, no hay
excusas para no conocer la profundidad del trabajo de la autora nacida hace
casi setenta años. Lamento aquellos que no la hayan leído, pues han perdido un documento
crucial para medir el fracaso de la utopía soviética cuyo valor es narrar desde
las víctimas de la historia. ¿Quién me va a decir que eso no es Literatura?
El anuncio del premio a Dylan
no solo le reconoce como autor, constituye un discurso populista de la Academia
al que debemos atender. En su acercamiento a las masas, la decisión de los
suecos – y bien que se han hecho los suecos– invade los lugares tradicionales
de la literatura para implantar la polémica, preferiblemente la alimentada con
juicios categóricos y mejor si estos pueden resumirse en 140 caracteres. Porque
lo importante aquí son los efectos de la polémica y no su contenido. En una
época cuando asistimos a la erosión de los espacios físicos para el fomento de
la lectura, las librerías quiebran y los estados no sueltan los fondos para
mantener loes espacios culturales, la institución que otorga el premio más
importante de la literatura no dirige a la gente a la sala de lectura de la
biblioteca. Por que los autodenominados defensores de la literatura pop por lo
menos me concederán que al señalar que Dylan creó “nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran
tradición musical americana”, se dirige a los lectores a las discotiendas –o,
por lo menos, a iTunes–. Pues mientras intentamos definir el ámbito de la
literatura nos mantenemos pegados a la pantalla de la computadora o del móvil.
En la producción de los discursos
sobre las muchas formas de hacer literatura, su cualidad híbrida y la necesidad
de acercarse al público, los académicos construyeron una enorme bomba de humo
que lanzaron a nuestras caras y se retiraron por la puerta de atrás mientras
lectores, escritores, periodistas y críticos literarios se atacan entre sí con
la más vieja pregunta de la literatura. La discusión me interesa menos que los
métodos por medio de los cuales las instituciones de poder quieren hacernos
creer que nos representan. En un mundo habitado por unos siete mil millones de
personas, donde las redes sociales han creado la ilusión de que la comunicación
es, por fin, horizontal –aunque sabemos que el verdadero poder de esa
comunicación se encuentra en el famoso algoritmo de Google– las instituciones
tienen que hacernos creer que están cerca de nosotros para validar su poder. Y
si hay un grupetín que en los últimos años ha sido tachado una y otra vez
encerrarse en una torre de marfil es el de las personas que eligen el Premio
Nobel de Literatura.
El falso problema de qué es y
qué no es literatura distrae de la discusión que deberíamos tener: la imposibilidad
de llegar a todas las lecturas que nos permitan hacernos una mínima idea de la
anchura y la profundidad de este mundo. Si es por escuchar, ya llevamos décadas
escuchando a Dylan y sobre Dylan. Mi recriminación a la academia sueca puede
resumirse en un solo gran reproche: que no nos puso a leer.
@michiroche
1 comentario:
De acuerdo contigo... solo resaltaria que no has querido entrar en materia con el premio de Santos... Donde, si pensara mal, me atreveria a afirmar que el populismo ya hace años viene atado al Nobel de la Paz...
Solo que esta vez fue tan descarado que sacaron el de Dylan para tapar un escandalo con otro...(tactica comun en los populistas....)
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