El impulso que inicia la escritura
no está en el cerebro, sino en el corazón. Tengo la mala costumbre de pensar
primero desde la víscera que palpita en el centro de mi pecho y, luego,
intelectualizar mis sentimientos. Al principio, de forma invariable, lo único
que existe es una idea que viene envuelta en una emoción. Para mí la
escritura es el proceso de construir un pensamiento al que me he anclado de
forma afectiva. Por eso, cada vez que me enfrento a una polémica tardo mucho
tiempo en entender por qué pienso de una determinada manera. O, para ser más
exacta: por qué hay cosas que me molestan o me agradan tanto que me dejan
pensando hasta que elaboro una explicación coherente.
Ilustración: Luis Suárez Galán |
Durante mucho tiempo quise
esconderme de mi y de los demás esta forma de pensar –nunca mejor dicho: forma– que privilegia lo orgánico sobre
lo apolíneo. Solo eso explica que a veces una idea (que primero fue desazón o alegría)
tome los derroteros de la narración o otras las del ensayo. Nunca los de la
poesía porque conozco mis limitaciones.
Quizá sea a eso a lo que algunos llaman
obra: la obsesión perenne con algunos asuntos. El convencimiento de que ciertas
ideas nos generarán apoyo o rechazo de forma automática. Que escribir es, ante
todo, una manera de entendernos.
@michiroche
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