lunes, 24 de octubre de 2016

Pensar con el corazón


El impulso que inicia la escritura no está en el cerebro, sino en el corazón. Tengo la mala costumbre de pensar primero desde la víscera que palpita en el centro de mi pecho y, luego, intelectualizar mis sentimientos. Al principio, de forma invariable, lo único que existe es una idea que viene envuelta en una emoción. Para mí la escritura es el proceso de construir un pensamiento al que me he anclado de forma afectiva. Por eso, cada vez que me enfrento a una polémica tardo mucho tiempo en entender por qué pienso de una determinada manera. O, para ser más exacta: por qué hay cosas que me molestan o me agradan tanto que me dejan pensando hasta que elaboro una explicación coherente.
Ilustración: Luis Suárez Galán
Durante mucho tiempo quise esconderme de mi y de los demás esta forma de pensar –nunca mejor dicho: forma– que privilegia lo orgánico sobre lo apolíneo. Solo eso explica que a veces una idea (que primero fue desazón o alegría) tome los derroteros de la narración o otras las del ensayo. Nunca los de la poesía porque conozco mis limitaciones. 
Quizá sea a eso a lo que algunos llaman obra: la obsesión perenne con algunos asuntos. El convencimiento de que ciertas ideas nos generarán apoyo o rechazo de forma automática. Que escribir es, ante todo, una manera de entendernos.

@michiroche 

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