La
desordenada violencia venezolana halla su formulación cultural más poderosa en
una literatura cuyo tema reiterativo está en las imágenes del deterioro que
vienen instalándose en la narrativa desde una década antes de la formulación
del chavismo como opción política. En los últimos veinte años ese motivo se ha
convertido en el fundamento de innumerables metáforas entre las cuales se
encuentran las imágenes del fracaso institucional y la apología a la nostalgia
y las descripciones de una inabarcable sensación de extranjería, de quien vive dentro del país como un extraño o de quien ha tenido que emigrar.
Muchos
han llamado “insilio” a esa sensación de exilio dentro del propio país que
resulta del profundo deterioro social. Algunas de sus figuraciones pueden
encontrarse en novelas publicadas fuera de Venezuela pero no propiamente desde
la perspectiva de quienes han emigrado, como Patria o muerte de Alberto Barrera Tyszka (2015) editada por el
sello Tusquets y The Night, publicada
este año por Rodrigo Blanco Calderón en editorial Alfaguara. En la primera se
unen tres hilos argumentales: el de un médico recibe una caja con un celular
donde están grabados videos de Chávez antes de operarse en Cuba, el de una niña
que vive encerrada en casa debido al temor de su madre ante la violencia urbana
encuentra un amigo en Internet y una mujer que se niega a abandonar el
apartamento que alquila tiene que soportar la invasión de su arrendataria y de
unas ocupas que le hacen la vida imposible. En la segunda novela, la crisis energética de Venezuela que
obligó al gobierno a imponer cortes eléctricos a diario durante largas horas
sirve de metáfora para la sensación de que el chavismo representa el fracaso de
la modernidad. Ambos autores exponen sus ansiedades. Mientras Barrera Tyszka
vuelve a la metáfora del deterioro físico que está en e núcleo de su novela La enfermedad, Blanco Calderón construye
una novela polifónica en la que destacan los personajes de un escritor
fracasado y de un psiquiatra que intentan darle sentido a la distópica realidad
en la que viven. Se trata de otro retrato de personajes mediocres, como los de su
colección de cuentos anterior, Las rayas
donde esta característica toma la forma de seres obsesivos: los melancólicos,
los depresivos, los drogadictos y los santos; sujetos que determinan su vida
por un ideal que no saben si pueden encarnar en la realidad.
En la descripción de la realidad de
nuestro país, los venezolanos hemos creado un género narrativo propio que no
solo nos distingue sino del que parece imposible escapar: la narrativa del
deterioro.
2 comentarios:
La nada que abarca, se trata en la literatura venezolana de una forma tropical de postmodernidad, donde aquellos que sienten sufrimiento derivan en el culpar para mitigar la culpa, reír para acallar a frustración, y la nostalgia como utopía válida para entrar como teóricamente se debe en el desencanto. Sencillas y poderosas conductas, sin contar otras que entran en los cotilleos diarios en forma de argumentos solipsistas que buscan lavarnos la ha herencia: la incapacidad cultivada por años de aceptar realmente al otro si no está dentro del infantil rango de moralidad: si no existe aún asidero tenemos que concentrarnos en conseguir alguien más débil para solventar el terror por un momento. La orfandad, el ïnsilio"lo arrastramos desde las piñatas.
Interesante reflexión, saludos.
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