lunes, 9 de octubre de 2017

La lengua de la abuela

El buen comportamiento y el decoro eran lo mismo para la abuela. Le parecían indecentes las mujeres con los hombros descubiertos, aunque no tuvieran escote en la ropa, así como también lo era estar descalzo o permanecer todo el día con la ropa de dormir puesta, aunque no se fuera a salir de casa. Y eran indecorosos quienes señalaban a las cosas y a las personas con los labios arruchados o llamaban a los demás con sonidos guturales, así como también aquellos que se permitían las manifestaciones de cariño en público. La gente poco elegante o vulgar la sacaba de quicio y siempre le decía a mi madre que era preferible no tener amigas a tenerlas ostentosas y faltas de sobriedad. No porque la vanidad y la el derroche fueran pecado, como suponía mamá que metía a las virtudes católicas en todas partes, sino porque la abuela consideraba que quienes no sabían medirse tampoco eran de fiar.
Durante las comidas o mientras tomaba el sol en el patio acompañada de mi madre, la abuela solía hablar de otras personas, principalmente de las mujeres que habían caído en desgracia. A mamá, que no tenía mucho más que hacer y cuyas salidas se limitaban casi exclusivamente a ir a la misa matutina, la entretenían estas lenguarada y las escuchaba casi sin interrumpir. A veces eran chismes que catalogaba de jugosos, como cuando se refería a las niñas que salían en estado sin casarse y habían abandonado el país con la excusa de un viaje o resolvían su estado civil apresuradamente. En oportunidades señalaba las extrañas costumbres de otras familias, como aquellas que no tenían una criada fija o en las cuales la madre no paraba en casa. No parecía que esta era la misma mujer que había trabajado durante años para pagarle los vicios a su marido o que había tenido que soportar a indignidad de verlo preso por deudas de juego. Incluso, había veces en las cuales se refería a las personas que habían perdido el dinero o la libertad por haber caído en desgracia con el General, a quien detestaba porque había traicionado a su propio compadre Castro. Y el Coronel en paz descanse y ella tanto que le debían a Castro por haberles ayudado no más llegaron a Caracas, así que cuando hablaba de Gómez no dejaba de persignarse y exclamar: ¡Válgame Dios, uno nunca sabe a quién tiene al lado!

(La imagen en esta entrada es de Norman Rockwell: "Abuela y nieta con té", 1940)

lunes, 2 de octubre de 2017

Maternidad, hija


Se agarró el vientre hinchado y miró hacia el suelo donde, a pesar del fango que lo oscurecía,
pudo reconocer el charco del líquido ocre. Se asustó porque nunca había entrado en labores de parto. En esa época, la mayoría de las mujeres casadas con la misma edad de mamá habían parido media decena de hijos, pero yo iba a ser su primogénita. Mamá se dobló sobre sí misma y respiró hondo. Algo estaba mal: yo no podía nacer en ese momento, porque papá y ella habían sacado las cuentas con Teresa y habían concluido que todavía faltaban más de dos semanas para mi nacimiento. Por eso papá se había marchado esa misma mañana a resolver un problema en una de las haciendas, con la promesa de que tardaría apenas lo necesario.
Pero el tiempo de los hombres es distinto al de las mujeres. Entonces nací yo, mujer. Inoportuna.

(Imagen: "A sweet expectation" Motherhood Series by KateHolloman)