miércoles, 3 de diciembre de 2014

El diablo de Morábito y mi acento caribeño


Una frase de Morábito me llena de inquietud: Que el último reducto del alma es el acento. Está en la entrada “Qué es el diablo” de su libro El idioma materno, donde se refiera a la singularidad que muestra la manera de hablar de una persona que se ve obligada a vivir lejos de su idioma materno. Dice Morábito que cuando vuelve a casa ha perdido el pleno dominio de la lengua materna y sus coterráneos lo miran recelosos porque aunque usa las palabras correctas y replica vagamente el acento de su tierra, hay una sombra en su fonética que revela los años fuera de su país. Para ilustrar sus reflexiones, cuenta la historia de un hombre que había pasado 40 años fuera de su país y que para evitar las miradas recelosas de los otros se inventó un acento en su propio idioma, con el objeto de pasar “como un extranjero que hablaba admirablemente bien y no como un nativo que había perdido su práctica”. En un giro de la narración que evidencia una entrada de lleno en el territorio de la ficción, Morábito señala que, incluso cuando estaba solo, este hombre hablaba con ese acento inventado. Entonces es cuando lo compara con el diablo, porque para este autor mexicano nacido en Alejandría de padres italianos, el acento más que la lengua materna es la trinchera del alma. Un hombre que no tiene acento –reflexiona– no tiene alma: es la quintaesencia de la maldad. Belcebú.
Y esa reflexión me hace cerrar el libro y ponerme a escribir esto, porque me doy cuenta de que esas palabras me hicieron daño. Esto se debe a algo que nunca he confesado antes: detesto mi acento. Lo detesto por su falta de eses, por la manera en que golpea a ciertas palabras, porque parece que el sol caribeño ha derretido las esquinas de ciertas frases que sisean con ferocidad. Por favor, no me mal interprete: adoro el castellano, mi lengua materna, con la  misma fuerza con la que amo la literatura. Como herramienta de comunicación, este no solo me permite la interacción con otros, sino también la capacidad de estructurar mi propia identidad. Además, sobre mi lengua materna he construido la vida, porque escoger la literatura no es una decisión profesional sino un apostolado.
Pero no es hablar castellano, ni si quiera hablarlo con acento, lo que me iguala al diablo de Morábito. Es que me reconozco un poco en la impostura de aquel hombre que inventaba una forma de hablar, porque querer salirse de su propio acento y meterse en el habla de otros es una metáfora de la lectura: soy lectora porque quiero salir de mi manera de hablar y modular la de otros. Soy una impostura diabólica. Alguien que al sentirse desagradada por un rasgo propio que no puede cambiar termina imitando a otros: alguien sin alma que busca la de los demás. Belcebú. Una lectora.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Lo que queda en el tintero

Acabo de terminar un cuento que se me ocurrió ayer y me hago un té para comenzar a trabajar en la novela de la cual, por fin, ya estoy pergeñando las correcciones finales. Mientras el agua se calienta, busco la libreta donde anoto mis ideas para escribir. Noto que me quedan pocas páginas para terminarla y no puedo evitar sentirme aliviada. Comencé a escribir allí el día que a mi padre le dio el accidente cerebro vascular que, tres días después, lo mató. Me doy cuenta de que esa libreta ha aguantado casi un año entero. Ese día no atendí el teléfono porque estaba escribiendo en mi libreta las notas de un ensayo sobre Hannah Arendt. No prendí el celular hasta esa noche, 10 minutos después de haberme bañado y vestido porque tenía una cena. Cuando lo prendí tenía 27 llamadas. Habían telefoneado todos mis tíos por el lado paterno. Por el lado materno no, porque se había muerto el primo de mi mamá apenas una semana antes. Había telefoneado mi hermano. Tenía mensajes de mis tíos políticos y de los socios de mi papá. Algo estaba mal. Papá no había llamado. Cuando pasaban emergencias en la familia, siempre era él quien tenía el tacto para darme las malas noticias. Cuando noté que no tenía ni una llamada suya sentí que algo me golpeó dentro del pecho. Marqué el teléfono de mi mamá y  me atendido mi tía, la esposa del hermano de mi papá. No escuché lo que me dijo y casi tuve que llamar para confirmar que efectivamente estuvieran en la Clínica Las Mercedes. Me acuerdo que pensé que podía perderme, que nunca había ido a ese sitio. Que nunca lo había necesitado. Pero no me perdí.
Un año entero, pienso sin darme cuenta de que estamos en noviembre y de que no fue sino hasta el 23 de enero que comencé a escribir allí. Diez meses. Un año que me ha puesto a viajar, de manera real y metafórica. Me pregunto si la libreta ha sido el lugar donde he ido anotando el luto. Como si de manera consciente me hubiera propuesto ir escribiendo lo que pensé el año que se extendió después del suceso inesperado de la muerte de papá. Pero abro la libreta y encuentro apenas dos o tres entradas sobre el dolor que me causa haberlo perdido. Hay ideas para cuentos, notas de la novela, notas que tomé en los cursos de literatura que tomé este año y otras que tomé para yo misma dar clases. ¿Di clases? Y me digo que a quién se le ocurre ofrecer clases mientras está triste. A gente como a mi deberían encerrarla, pienso. También pienso que eso es algo que diría mi papá y me río. Tengo el impulso de llamarlo para contarle.
Me siento a escribir esta entrada del blog porque me parece que no puedo hacer otra cosa y, entonces, me doy cuenta de que la libreta entera es un tributo a mi padre, un homenaje a lo que queda en el tintero. Porque mientras yo me afanaba en escribir, en entender cada palabra que intentaba convertir en textos, lloraba a mi padre. Lo que pasa es que aquel dolor se quedaba en el tintero, como la idea que se me ocurrió para el cuento esta mañana y que no pude anotar porque soy una floja y porque preferí dormitar un rato más entre las sábanas que me protegían del frío glaciar de mi aire acondicionado. Se me ocurrió también que la literatura era la necesidad de quedarse en la cama olvidando lo que se ha recordado. 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Las novelas, el régimen y el escritor (Otra de Kundera)

Nacido en la República Checa en 1929, Milan Kundera fue al principio un entusiasta de la ideología comunista y se unió al partido de esta denominación cuando aún era joven, a finales de la década de los cuarenta. Pero en la década de los años cincuenta tuvo frecuentes problemas. La dirigencia del partido lo condenaba por hacer lo que hacen los escritores: proponer puntos de vista propios y autónomos. Esta situación se profundizó cuando el autor publicó su primer poemario, en 1953. Casi una década después, en 1962, quiso publicar su primera novela y sus desavenencias con el régimen fueron definitivas.
En La broma la vida de un joven en la Checoslovaquia comunista queda arruinada cuando la policía del Estado intercepta le escribe a una novia en una postal una ironía que comienza con la frase: “El optimismo es el opio del pueblo”. Durante seis años, la censura checa previno la publicación de este libro, que finalmente llegó a las librerías en 1967, meses antes de que estallara en 1968 la Primavera de Praga, movimiento cultural reformista del que Kundera era uno de los líderes intelectuales. No es raro, entonces, que esta obra se convirtiera en la más importante de esa temporada y la primera que salió de las librerías tan pronto los tanques enviados por Stalin para apagar la protesta se asentaron en la capital del país europeo.
Como castigo, le quitaron al escritor su puesto de profesor en la Academia de Artes Dramáticas. Entonces se dedicó a lo que otros colegas en su situación: a matar tigres. Más de un lustro después pudo volver a la vida intelectual, pero fuera de su país. Así, en 1975 se convirtió en profesor invitado de la Universidad de Rennes en Francia. En 1979 le fue revocada la nacionalidad checa debido a la publicación ese año de El libro de la risa y el olvido, el segundo que editaba en ese país; el primero fue La vida está en otra parte (1973). Desde entonces vive en Europa.
La broma, aquel libro suyo que tantos problemas le causó, se reeditó después del éxito arrollador que adquiriera en la década de los ochenta La insoportable levedad del ser. Desde la década de los años setenta este autor vive en Francia. Apenas hace una década se permitió en su país natal la venta de La insoportable levedad del ser, su bestseller. Kundera, se imaginarán, ya no tiene ánimos para volver a su país. Tiene 85 años de edad.




lunes, 27 de octubre de 2014

La ironía, el discurso y la resistencia


En la política es imposible aprehender el sentido de la ironía en un discurso, pues es imposible encasillarlo en un significado inamovible; está inmersa en su semiótica contextual y su significado cambiante. En la ironía como posición estética y política construye la resistencia.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Niñas sin inocencia

La inocencia de una niña es una convención tan falsa como incómoda. Aunque el desarrollo de la psicología ha permitido determinar que los impulsos primitivos están en infantes tanto como en adultos, la sociedad se empeña en asumir el candor de las niñas. Si los educadores han puesto tanto énfasis en proclamar la inocencia de las hijas es porque, a igual que se evitan explicaciones incómodas, también esconden los impulsos que terminarán convirtiéndolas en mujeres. La banalización de la niñez y el encubrimiento de las vinculaciones entre los deseos y lo femenino termina por erigirse como una forma de violencia contra las futuras mujeres pues esas mojigaterías permiten la construcción de entramados culturales dentro de los cuales ellas son socializadas dentro del estatus quo masculino.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Milan Kundera, al centro

“Me veo a mí mismo como uno de los últimos artistas de la gran cultura centroeuropea, que está a punto de ser masacrada. Porque lo que está pasando en Europa Central es precisamente la masacre de su cultura. Imagine que a principios de siglo la cultura centroeuropea era el verdadero centro de la cultura europea. Todo proviene de allí: el psicoanálisis, el estructuralismo, la dodecafonía, el teatro del absurdo... Todo ello está a punto de terminar porque esta parte de Occidente está incluida en otra civilización, el Este. El choque cultural es aún más fuerte que el político”, dijo Milan Kundera en una de las últimas entrevistas que concedió hace unos 30 años. Y cuánta razón tiene todavía.

martes, 26 de agosto de 2014

Poe y la creación

"He pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización"
E A Poe

lunes, 25 de agosto de 2014

Treinta años sin Foucault

Este año, cuando se conmemoran tantos aniversarios, hay una fecha triste para los interesados en la historia de las ideas que vale la pena tomar en cuenta: En junio de 1984 falleció Michel de Foucault. A pesar de la pose extendida últimamente en ciertos círculos españoles de pensamiento conservador que tiende a desautorizar el pensamiento de este historiador francés –nunca se consideró a sí mismo un filósofo y, menos, un psicólogo–, es importante destacar que si hoy podemos admitir con propiedad que no es real la dicotomía biológica entre hombre y mujer, y esta es consecuencia más bien del sistema de representaciones culturales que configuraron el sistema de poder occidental y que terminaron por eternizar el falocentrismo en las sociedades occidentales es porque el autor de Las palabras y las cosas  se esmeró en señalar todas las formas en que nuestra manera de referirnos a las cosas las configura. Aunque sea solo por demostrarnos el poder de las palabras, Foucault tiene ya un lugar destacado en la historia de la intelectualidad occidental.

jueves, 21 de agosto de 2014

Vestir y desvestir


Lo crucial en la femme fatale es que su calidad de víctima de las expectativas que los demás construyen sobre ella. Como una tábula rasa, su sexualidad es la pantalla sobre la que los hombres proyectan sus aprehensiones y, como un sol negro, su representación es el lugar donde se actúan las fobias de la misma sociedad falocéntrica que la creó. La femme fatale, entonces, no existe, es apenas una proyección de miedos a las que hemos vestido y desvestido a placer.

miércoles, 30 de julio de 2014

Ay, las familias.

Las familias son microcosmos totalizantes en los cuales sus miembros se sienten con el derecho a ejercer una fuerte intervención en todos los órdenes de la vida de sus parientes y el poder coercitivo de su estructura se concentra en manos, no de quien administre el dinero o de quien esté mejor calificado para servir de ejemplo a sus miembros más jóvenes, sino en quien sepa manejar mejor y transmitir el léxico de las convenciones internas del grupo.

miércoles, 11 de junio de 2014

Las vertientes irreconciliables de la congoja y la investigación

Llegar a un libro buscando la respuesta a una pregunta específica es un error. Ya debía yo saberlo. Aquello que en los investigadores es prerrogativa, en el lector es imperdonable. Así que cuando tomé el ensayo Historia cultural del dolor (2011) de Javier Moscoso, con la esperanza de que revelara algo sobre el significado de eso que la Real Academia de la Lengua define como “sentimiento de pena y congoja”, apostaba por la decepción. Quería entender cómo duele el dolor y recurrí a 400 páginas de una explicación pormenorizada de las de las materializaciones que este sentimiento ha tenido a lo largo del tiempo.
Por eso no tengo juicio que proponga algo sobre la sesuda investigación de Moscoso, interesante porque se inserta en la corriente posmoderna del estudio histórico de las emociones. Y es que aunque el libro vino a buscarme como dice Juan Villoro que hacen los libros salvajes, no era lo que yo necesitaba.
El libro me interesaba desde un año antes de la muerte de mi padre porque entiendo que la alquimia de las sensaciones fragua las razones de la vida y, por su puesto, de la historia. Además, la necesidad de entender los sentimientos y su repercusión en la vida de afuera es una vieja manía mía. Entre 2006 y 2007 tomé en NYU, con el catedrático Robert Dimit, una clase cuyo eje era demostrar cómo los sentimientos no existieron en la historia del ser humano hasta el ascenso de la psicología como disciplina central de la modernidad. Y, aunque Dimit y yo no nos llevamos bien –y todo empeoró cuando propuse un trabajo donde intentaba probar que en la pintura de El Greco el concepto católico de Gracia Divina se convertía en una manifestación afectiva matizada por diversos tonos de blanco–, yo entendía que las emociones son manifestaciones culturales en las que se integran las características individuales. Quizá quería volver sobre eso a partir del ensayo de Moscoso y entender por qué, si se supone que estoy apesadumbrada, no hay nada específicamente físico que me duela desde la muerte de papá. Hay aspectos de la rutina que se mantienen igual e, incluso, siento muchas ganas de reír y tengo dentro de la cabeza más proyectos que nunca. ¿Qué habrá de malo en mi?¿Será, entonces, que no es dolor lo que siento? Dentro de mi no hay ahogo ni vacío: solo el abismo terminante de la nada.

Quizá el ejercicio de la lectura de Historia cultural del dolor apenas sirva para enseñarme a cerca de las vertientes irreconciliables de la congoja y la investigación. A entender que no tiene ningún sentido intentar entender o siquiera nombrar –y, por ende, poner límites– a algo que se siente. Seguiré por la vida sin saber qué siento con el miedo a mis reacciones radicales, a veces poniéndome tan contenta que una sola imagen nostálgica, al cruzar mis pensamientos, me precipita a la tristeza que se siente como un vacío.

martes, 20 de mayo de 2014

Lovecraft, Cortázar y el aburrimiento

Crecí leyendo cuentos del siglo XIX y, en especial, los relatos góticos. De Edgar Allan Poe a Sheridan Le Fanu y de Mary Shelley a George Sand, no había historia de fantasmas,  vampiros u otros caminantes nocturnos que yo despreciara. Entre todos los seducidos por la noche y lo macabro, hay, sin embargo, una autor que me causó siempre sólido aburrimiento: H. P. Lovecraft.
Autoproclamado heredero del género para el siglo XX –como prueba aconsejo leer el ensayo en su El horror sobrenatural en la literatura, escrito solo para probarse autor de esta genealogía– quien se preciaba de ser erudito de saberes prohibidos escribía narraciones que a mi siempre me han parecido siempre ampulosas y llenas de detalles innecesarios. Con tanto buen escritor fantástico, ¿para qué perder el tiempo leyendo a este señor tan pomposo? Me decía joven e invariablemente cambiaba de libro al segundo o tercer cuento de la colección o a la media centena de páginas.
 Con esto he confesado lo que antes callaba, pues amiga de cuanto obsesivo de los géneros gótico y de la ciencia-ficción me arriesgaba a diversas formas de descalificaciones intelectuales si revelaba este detalle auto-bibliográfico.
Julio Cortázar, más arrojado que yo –él tiene con qué, claro– no tuvo empacho en señalar que Lovecraft –cuyo prestigio le había dejado “siempre perplejo”– le parecía decididamente cursi. “Convencido de la validez de sus efectos literarios, Lovecraft es el reverso de Bram Stoker en la medida en que prescinde de toda connivencia con el lector, y en cambio busca su hipnosis con recursos que hubieran sido eficaces en tiempos de Mrs. Radcliffe pero que actualmente resultan irrisorios,”, escribe el autor de Rayuela en un ensayo titulado “Lo gótico en el Río de la Plata”, donde traza el desarrollo de la literatura fantástica en el sur de Suramérica, así como para las razones de su buena salud en esta zona, y subraya de donde viene su gusto por este genero. Leyendo ayer este ensayo contenido en la revista académica Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien y publicado en 1975, entendí que de esto hablan ciertos escritores cuando se refieren a genealogías literarias de los autores a los cuales nos acercamos y de aquellos de los cuales nos alejamos. A pesar de que mi primera lectura de Rayuela fue accidenta y no le hizo justicia a la obra, hoy leo obsesivamente a Cortázar una y otra vez, porque en cada lectura reconozco algo nuevo, quizá ahora mío, en sus palabras. En Lovecraft, por que no me interesa leerlo, no reconozco nada, por mucho que me guste redundar en ciertas atroces pesadillas.





lunes, 12 de mayo de 2014

Didion lo “deja ser”

Play it as it lays (FSG Books, 1970) de Joan Didion enseña una valiosa lección: que no es lo mismo ser vulnerable que débil.
A falta de una edición española o latinoamericana de este libro, propongo esta traducción de su título en castellano: “Déjalo ser”. Esta es la frase, entre conformista e indiferente, que usamos los venezolanos para dejar que las cosas pasen sin que influyamos en sus resultados. A esto hace alusión la novela, un clásico en la obra de la periodista, ensayista y narradora estadounidense, en donde Maria Wyet presencia como la crisis de su matrimonio con el joven y pujante director cinematográfico, Carter Lang, se lleva por un despeñadero su vida, sin que ella pueda hacer nada para detenerla.
María –“Mar-eye-ah”, escribe en la auto-presentación del personaje la autora nacida en Sacramento (California) – es una actriz mediocre de una treintena de años con una hija que sufre de retardo mental y un esposo que no le pone atención y que para salvar su matrimonio le impone un aborto. Cree que el no nato es fruto de la relación de su esposa con el guionista Less Goodwin, pero puede ser de cualquiera –menos Carter, que no la toca en las 214 páginas de la novela– porque la protagonista encarna bien la libertad sexual de la década de los años sesenta.
“Esto es solo menstruación inducida”, le dice el medico que le está practicando el aborto: “No es nada para tener dificultades emocionales. Mejor que definitivamente no piense en esto. Generalmente la pena es mayor cuando pensamos” (p. 82). El episodio marca profundamente a Maria y demuestra su vulnerabilidad como mujer en plena época de lucha por los derechos civiles.
Pero Maria no es débil como su amigo, el supuestamente progre BZ, que a pesar de que humilla constantemente a su mujer y tiene frecuentes aventuras, mantiene su matrimonio con Helene porque su madre le paga para ello. Ella es vulnerable, sí, porque es víctima: de Carter, de sus amigos y del machismo de su tiempo así como de un entorno familiar y social lleno de hipocresías ella se mantiene aferrada enfrentando su vida, aunque deba hacerlo desde un sanatorio. Es a los débiles como BZ para quienes está reservada la cobardía del suicidio. BZ que en su condición de hombre y de joven productor todo lo tenía, no podía saber qué hacer para sentirse mejor: he allí la definición de debilidad.

Un retrato soberbio de la década de los años sesenta, Play it as it lays es el aterrador testimonio desde la ficción de una mujer carcomida por las circunstancias y el entramado de hipocresías que le tocó vivir.

jueves, 8 de mayo de 2014

Epulón de papel


Con dos círculos unidos en una tangente, la maestra dibujó sobre el pizarrón un hombre gordo, con dos puntitos de ojos mirando hacia el cielo y abriendo su bocaza, que era una pequeña elipse en la punta del círculo más pequeño.
Arriba dibujó una sucesión de semicírculos que imitaban las versiones más simples de las nubes y sobre éstas pintó a un hombre sentado y otro parado. Como la pizarra no era tan grande, solo pudo llegar a completar las dos imágenes humanas hasta las caderas. Estaban vestidos con las túnicas de los protagonistas de los evangelios.
Luego nos explicó la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, cuya enseñanza moral radica en que se castigó con los tormentos del infierno a Epulón, “un hombre rico que hacía “cada día banquete con esplendidez”, (Lucas 16, 19-31) y se premia con el cielo al mendigo Lázaro que vivía “echado a la puerta de aquel, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico”. Cuando Epulón pidió a Abraham que Lázaro mojara sus labios con agua para refrescar el calor de infierno, este se negó: “acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado”.
Como tengo vocación de gordita, la imagen del hombre que no podía ni comer migajas siempre me mortificó, pero no había vuelto a pensar en ello hasta que leí que la Asamblea Nacional aprobó un crédito adicional de 118.394.640,06 dólares para el Complejo Editorial Alfredo Maneiro (CEAM), que imprime periódicos oficialistas como El Correo del Orinoco y Ciudad Caracas, entre otros.
La cantidad autorizada por la AN es diez millones de dólares más que el total de las divisas aprobadas por Cadivi en 2013 para la importación de papel. No me queda claro si esto es un aporte extraordinario o es la totalidad del presupuesto del organismo que en febrero fue adscrito al Despacho de la Presidencia –por lo cual importa papel periódico a precios preferenciales– y al mismo que en octubre de 2013 le fueron asignados 22.533.313 bolívares.
El CEAM parece llamado a ser el “policía bueno” –¿el centurión que reparte las migajas de la mesa de Epulón?– de la crisis de papel, pues recientemente, auxilió a media centena de diarios de provincia, como resultado de las negociaciones con la Cámara de Periódicos Regionales. Enhorabuena
 Ahora, yo me pregunto: ¿no era más fácil y barato terminar de asignar los dólares aprobados por Cadivi en 2013?
Me parece que estamos ante un nuevo esquema de dominación financiera de las empresas editoriales privadas. No en balde, el decreto 766 de la Gaceta Oficial número 40.346, que oficializa la vinculación del CEAM con el despacho presidencial, señala que la resolución busca “propulsar la transformación del sistema económico “ hacia el socialismo bolivariano –sea lo que sea que esto quiere decir–, “acelerar la recuperación de la economía nacional, por lo cual se trata de incrementar la capacidad de la producción nacional” y la “distribución de bienes culturales a nivel nacional [sic.] y en particular el aumento de la producción de libros y revistas”.
El martes, el diputado del Psuv por el estado Anzoátegui, Earle Herrera hizo hincapié en que en el CEAM también “se imprimen 20 millones de libros, para acabar con el monopolio privado del sector”.
 Las ideas de Herrera y los deseos expresados por el Presidente “con el supremo compromiso y voluntad de lograr la mayor eficacia política” en la Gaceta Oficial son (cuando menos) cándidos, pues Cifras del Centro Nacional del Libro indican que los venezolanos no leen la producción editorial patrocinada por el Estado. En la Encuestadel Comportamiento Lector, Acceso al Libro y la Lectura en Venezuela, publicada en 2012, un 81,2% de los encuestados declaró no haber recibido nunca un libro del Estado –lo que incluye textos editados por Monte Ávila, El Perro y la Rana, la Fundación Ayacucho–. Es decir, los libros que ya se encuentran circulando por el país de las editoriales estatales no reciben atención de los lectores. ¿No es más útil y económico fortalecer los planes de lectura? ¿Dotar a las bibliotecas?
Como nada es casual en política, no creo en la candidez de ningún gobierno. Y pienso que la asignación al CEAM es una estrategia para organizar la dotación de los diarios de provincia y algunos otros de tirajes limitados en el país, pero no es una ayuda ni para el sector editorial ni para los lectores. En el caso de la supuesta edición de 20 millones de libros –¿quiénes escriben estos títulos?, ¿quiénes los corrigen?, ¿quiénes los editan?, ¿cuál es el aporte que estos hacen a la discusión intelectual del país?–, no se trata de un complicado esquema para ideologizar a los lectores como algunos paranoicos piensan, ya hace años que pasamos ese puno en la Revolución Bolivariana, creo que se trata de construir una cortina de papel para cubrir que el impacto que las dificultades para adquirir divisas están teniendo sobre los precios de los libros es, en última instancia, culpa de las torpes políticas culturales y financieras del chavismo.
De ese banquete de papel los diarios de provincia están recibiendo las migajas que caen de la mesa de Epulón, para que luego, cuando vengan los calorones del infierno, no venga nadie a decir que no se hizo nada para ayudar a la empresa privada o que este gobierno es –¡Ave María Purísima!– antiintelectual.







martes, 29 de abril de 2014

Una reflexión optimista por el día mundial del libro

Dice el lugar común que la esperanza es lo último que se pierde.
Ahora que a la obligación de las editoriales a pedir un certificado de insuficiencia o de no producción nacional ante el Ministerio de Comercio para conseguir dólares Cadivi se le suma la imposibilidad de las imprentas para obtener papel, el sector vive su amenaza más grande: que debido al incremento colosal y súbito del precio de los libros –en 6 meses ha subido en 50%–, se revierta el gran logro de la literatura nacional en las dos décadas más recientes: sumar lectores.
Habrá quienes que tachen de optimista, pero resulta que obsesionados con los asuntos más urgentes de nuestra crisis política y financiera, los venezolanos hemos dejado de leer las buenas noticias. En 2012, la Encuesta del Comportamiento Lector, Acceso al Libro y la Lectura en Venezuela, publicada por el Centro Nacional del Libro revelaba que 82,5% de los consultados dijo leer algún tipo de publicación y 50,2% señaló su preferencia por los libros. El estudio concluye que en el país se leen anualmente entre 2 y 4 libros per cápita, lo cual, contrastado con datos del estudio del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, titulado Comportamiento del Lector y Hábitos de Lectura: una Comparación de Resultados en AlgunosPaíses de América Latina, coloca a Venezuela por encima de Colombia y México, naciones donde se leen 2,2 y 2,9 publicaciones promedio al año, y la equipara con las cifras de Brasil.
Si en Venezuela las cifras de adquisición de publicaciones son comparables a las otros países con tradiciones literarias más fuertes, como Colombia y México, qué duda cabe que cuando la tormenta política pase y la situación económica se estabilice podamos ver también nuestra tradición literaria fortalecida por la cantidad de personas interesadas en leer-se.


miércoles, 23 de abril de 2014

Lengua Padre

¿Por qué aún la llaman Lengua Madre si en el siglo XX la psicología se afanó en probar que el mundo del lenguaje, que pertenece justamente al territorio de lo paterno, conecta el territorio de nuestra imaginación e individualidad con el mundo simbólico de la realidad social? El psicólogo francés Jean Jacques Lacan, refiriéndose a la función religiosa de la figura paterna – el “Padre”, con mayúscula, escribirá a veces– dice que el padre no tiene nombre propio, pues no es una figura sino una “función”. Es decir: que tiene un papel relacional en las comunidades humanas. Así, la madre es la encargada de colocar al ser humano sobre el mundo, pero es el padre quien lo conecta a la sociedad.
Como muestra yo misma. Hablo castellano porque mi madre me trajo al mundo en este país caribeño de mis pesares, pero adoro mi lengua madre porque mi papá me enseñó a recitar con los versos en los cuales Federico García Lorca cantaba el luto de su pasión prohibida.
Últimamente a mi padre le había dado por volver a la literatura española clásica. También la había cogido con exigirle a la gente que le hablara en castellano, él que tan orgulloso estaba de poderse expresar en varios idiomas. Se había convertido en un padre de su lengua madre.
Montenegro, una de las Comedias Bárbaras de Ramón del Valle Inclán, fue la ultima obra de teatro que vimos juntos, tres semanas antes de su inesperada muerte. La pasaban en el Centro Dramático Nacional de Madrid, ciudad a la que mi padre había vuelto porque empeñado en comprender mi obsesión por la escritura aprendió que la capital de aquella España de la cual él se había alejado era la patria del castellano. (Patria, del latín “patrĭa”, familia o clan; “patris”, tierra paterna; “pater”, padre.) Así era mi padre: todo quería conocerlo, todo quería “aprehenderlo”. Quizá fue por esto en el sueño que tuve dos semanas después de su muerte él se despedía de mi sobre la Gran Vía.
El esperpento del dramaturgo que falleció el mismo año que explotó la guerra civil española contaba el viaje expiatorio de un hombre que luego de ejercer todas las acciones de la abyección experimenta la redención a partir de su inmolación junto a una comunidad de mendigos. Sus hijos, más pendientes de la parte que le toca a cada quien de su herencia que de llorar su pérdida, se deshacen en batallas fraticidas. Luego de innumerables vejaciones y de profanar la tumba de Montenegro, su propia ignominia los sorprende y la obra cierra con una amarga reflexión: “¡Malditos estamos! Y metidos en un pleito para veinte años”. Con esta frase, Valle Inclán anuncia la entrada del siglo XX, tiempo en el cual se supone que la Modernidad ha logrado la madurez del espíritu occidental y también ha “matado al padre”, para usar la frase que en Sigmund Freud es la metáfora del paso a la adultez.

Aquella noche papá y yo aplaudimos complacidos. No solo la puesta en escena y las actuaciones habían sido impecables. Habíamos reconocido nuestro propio pesimismo. Así era para nosotros el mundo: una comunidad de huérfanos.

lunes, 31 de marzo de 2014

Paz en la vida

Hoy que se cumplen 100 años del nacimiento de Octavio Paz pienso en un “Ejercicio preparatorio” que está en su poemario Árbol adentro (1987). No es solo porque me recuerda a los “ejercicios narrativos” de José Balza que también designan como borradores en proceso a trabajos terminados, sino porque allí están los que considero sus frases más angustiadas.
Primero:
            Me confundo
con el aire que anda por el pasillo.
El aire sin cara, sin nombre”

Y luego:

            Me arrepiento:
no quiero muerte de fuera,
quiero morir sabiendo que muero.
(…)
“Sin nombre, sin cara:
la muerte que yo quiero
lleva mi nombre,
            tiene mi cara.
Es mi espejo y es mi sombra,
La voz sin sonido que dice mi nombre,
La oreja que escucha cuando callo,
La pared impalpable que me cierra el paso,
El piso que de pronto se abre,
Es mi creación y soy su criatura.”

Qué ironía pensar en la muerte cuando se conmemora un siglo que Paz se asomó a la vida. Pero ya se sabe que existir no es si no eso: un tiempo finito.


lunes, 24 de marzo de 2014

Variaciones sobre Serres

En Variaciones sobre el cuerpo Michel Serres se refiere a las maneras en las cuales el desarrollo científico y el intelecto –lo social y lo íntimo, digamos– imitan el cuerpo, “La inteligencia humana se distingue de lo artificial por el cuerpo, solamente por el cuerpo” (página 38), escribe el autor francés nacido en 1930 como abreboca al libro en el que explora, a partir de cuatro perspectivas, lo que llama “el envoltorio” de lo humano. En su primera figuración se refiere a las intersecciones entre el cuerpo animal y el humano, en la segunda al desarrollo de las capacidades físicas de los individuos y, en la tercera y cuarta explora la relación entre la mente y el cuerpo así como entre el cuerpo, la naturaleza y el mundo técnico. “Esos aparatos externalizados, en suma, producen una historia que yo llamo evolución exo-darwiniana, como si el propio darwinismo saliera poco a poco de nosotros , como si la evolución percolara entre esos objetos. En cuanto a la bestia, ella permanece en esa fortaleza cerrada, cuyos muros de bestialidad le impiden liberarse de sus montajes adquiridos o instintivos”, (111) Debo confesar que lo más claro del libro es “Una entrevista posible sobre las potencias del cuerpo” hecha por Roberto Leo Butinof, Adrián Cangi y Ariel Pannisi en 2009 que cierra el volumen de 136 páginas. Lástima que la introducción, firmada por el mismo Cangi fracasara en dar una buena aproximación a las razones por las que Serres se dedicara escribir este ensayo y apenas se limitara a resumir las ideas que el lector hallará en las páginas siguientes expresadas con mayor detenimiento.

jueves, 20 de marzo de 2014

La vida de Alice Munro

Heredera de lo mejor del contenido de las novelas de Virginia Woolf y del estilo llano y profundo de la narrativa de Antón Chéjov, la canadiense Alice Munro demuestra con La vida de las mujeres las numerosas dificultades que deben superar ellas para lograr su autonomía dentro de la sociedad. En su única novela publicada hasta la fecha, la joven Del Jordan relata su vida en Jubilee mientras se hace adulta y comprende que, en el entorno el cual vivía, madurar  significaba escoger entre la mediocridad de la vida con esposo e hijos –“Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres”, le advierte la madre en el capítulo que da nombre al libro– y una existencia como la de ellos, quienes “podían salir y vivir toda clase de experiencias, desechar lo que no querían y volver orgullosos”. Pronto Del se da cuenta que bajo el peso de las expectativas que la madre tenía con su vida –básicamente que fuera a la universidad y huyera del destino de amas de casa que le tocaba a las chicas del pueblo–, se encuentra la enseñanza central de la liberación de la mujer: la necesidad de amor propio. Pero la ganadora del Premio Nóbel de Literatura en 2013 construye un tropo adicional, uno donde revela su genialidad en la creación de personajes: con todo lo vanguardista para su entorno pueblerino que demostraba ser la madre, su visión de las mujeres era limitada a la condición de ser vulnerables y en eso no se diferenciaba de los habitantes de su comunidad. Es esa vulnerabilidad que Del convierte en su antagonista. Y, al final de la novela, cuando emerge como una mujer con amor propio, se ha convertido también en dueña de su destino.

domingo, 16 de marzo de 2014

Ordenar y escribir


Pienso que escribir es ordenar el caos. Separar, nombrar y organizar los sentimientos para luego construir un esquema que permita entenderlos, de la misma manera que hace un entomólogo a los mosquitos disecados con los que trabaja. El conocimiento y, por tanto, la escritura apenas se trata de transformar el desorden orgánico en una estructura inorgánica eficiente. Darles sentido en el ineludible arreglo que es el mundo. Sistematizar las aprehensiones íntimas con el objeto de hacer que los otros puedan entenderlas.
Todo para luego desordenarlo de nuevo, esta vez en nombre de la estética.