martes, 25 de agosto de 2009

No hacen falta ideas

Una ansiedad imperecedera la obliga a sabotearse la vida como la uróboros que de tanto morderse la cola, penetra sus propias entrañas. ¿Porqué no habrá nacido hecha una idea? Quizás, etérea y suelta como ciertas reflexiones hubiera podido entregarse a moldear cualquier discernimiento humano. Entonces, no hubieran importado las formas de sus caderas, los bultos en el tronco, los ojos adormecidos y los cabellos barriendo las imperceptibles partículas de polvo en el aire, elemento etéreo, como las reflexiones.
Pero, ¡no!, al momento mismo de formular tal suposición se percata de que sólo podría ser una idea de ansiedad. Porque la condición humana, obsesionada con ir hacia delante como anda desde hace siglos, padece de una enorme angustia nerviosa para la cual no hacen falta las ideas, sino los entes sólidos que vomitan los hechos.

domingo, 9 de agosto de 2009

Cómo se construye un género

Luego de un accidente, padre e hijo llegan malheridos a una clínica. Rápidamente, el personal de Emergencias los trasladan a un pabellón para operarlos. Cuando entra la persona encargada por el Departamento de Cirugías de operar al más joven de los heridos, se paraliza. Mirándolo exclama con voz aturdida: “No puedo operar, es mi hijo!”.
Parece haber algo extraño en la historia, ¿cierto? ¿No?
Si usted sabe por qué no hay nada extraño con esta información, le felicito.
La anécdota está destinada a probar los prejuicios machistas de la gente y se hizo popular, hace unas décadas, entre quienes seguían el Movimiento para la Liberación Femenina para demostrar que incluso entre ell@s existían los prejuicios que tanto querían desmontar.
La persona que iba a operar era la madre del joven accidentado.
¿Por qué no? Si las mujeres han logrado escalar importantes plazas de trabajo en la contemporaneidad, y entre ellas la medicina es una de nuestras conquistas capitales?
Pero no se preocupe, quien esto escribe, no pasó la prueba inicial. El problema es que la construcción del significado en la sociedad en la que vivimos es patriarcal, es decir ha sido prerrogativa de los hombres desde el inicio de la historia; por eso es tan difícil de desmontar el mito que sustenta la sociedad dividida en géneros (contrapuestos).
Si la diferencia sexual constituye una dimensión crucial de la vida humana es porque está incrustada en lo cotidiano, por medio del lenguaje que fundamenta la cultura.
El estilo itálica de las letras utilizados en la palabra “lenguaje” es adrede, pues el lenguaje es el andamiaje que todo lo sustenta en la vida. Según el DRAE, que es la máxima autoridad en estos casos que se me ocurre, este neologismo significa “sistema de comunicación verbal”. El lenguaje es la manera como nos comunicamos entre nosotros como miembros de una cultura y de la comunidad de seres racionales que integra nuestra raza.
El lenguaje, por su parte, construye el género, convirtiendo al macho y a la hembra, dos categoría biológicas, en hombre y mujer, dos categorías culturales.
El género mismo que nos enseñaron cuando apenas comenzamos a hablar, que luego reforzaron las escuelas y los medios de comunicación— es una categoría simbólica vinculada al lenguaje por cuanto es un conjunto de símbolos y reglas que permiten la comunicación e, insertado en el terreno específico de la lingüística crea, dentro de la gramática castellana la distinción que hoy parece arbitraria: ya no hombre y mujer, sino algo mucho más enigmático: las etiquetas de lo masculino y lo femenino.
Lo masculino es todo aquello que pueda ser antecedido por el artículo “el” y, en el caso contrario, por el artículo (femenino) “la”. Las etiquetas señaladas del género son, a la postre, lo que el semiólogo francés Roland Barthes llamaba “mitos” generados por el gran sistema que construye la sociedad. Así, el mito es el resultado de una ideología —¡tranquil@s, que nadie habla del chavismo, castrismo o capitalismo!, o quizás sí, pero no en la versión groseramente política que la coyuntura “revolucionaria” venezolana otorga al término. La definición de ideología a la que Barthes aludía la coloca como un mecanismo para interpretar la realidad, donde la subjetividad otorga sentido al mundo que rodea al individuo por medio de preconcepciones provenientes de la cultura (Karl Marx, K. Mannheim, Frederic Jameson, Louis Althusser).
El mito, como los signos de rápido comercio en el lenguaje, se “deshistoirza”, es decir no se asume nunca su pasado. Por eso los géneros son tautologías, categorías del lenguaje inamovibles, porque lo masculino es masculino porque sí y lo mismo pasa con lo femenino.
Nuestra misma manera de hablar, hay que concluir, se erige como la representación de la sociedad divida entre cosas “consideradas” femeninas o masculinas porque sí, sin mayores explicaciones de porqué habría de ser importante el género. Y donde, por desgracia, siempre sale perdiendo la mujer. Porque no es lo mismo “un perro” que “una perra”, “un zorro” que “una zorra”, ni un “hombre público” que “una mujer pública”.

(Reflexiones frente al libro "La palabra de las hijas de Eva", de Teresa Moure.)

lunes, 3 de agosto de 2009

Homenaje a Brick Pollit



A veces parece que Tenessee Williams fuera criollo. Que sus personajes los sacara del Country Club y no de las estepas sureñas de Estados Unidos. Que escribiera en español y no en inglés. Que fuera del siglo XXI y no del XX.
Debe ser por la forma que tiene Williams de relatar también cosas de por estos lados que yo conseguí a uno de sus personajes saltando, como ajeno al mundo, sobre un tejado caliente. Drunk and queer,¡Qué bolas, en Caracas!.
Era extraño, no sólo por ser un personaje Brick Pollit.
No era rara su borrachera ni su tristona manera de decir verdades que él mismo no entendía bajo el estupor del alcohol que le hacía click en la cabeza; tampoco la forma egocéntrica de ver al mundo como atravesado por su moral ¿moral, Brick Pollit ? ¡Habráse visto! pues queer or gay pertenece a la sociedad venezolana que lo parió. Lo que me pareció insólito, lo que levantaba un innegable tufo de sospecha era su manera de ser vulgarmente miope, ciego hasta el paroxismo de no reconocerse a sí mismo como Brick Pollit, cuando está frente a todos lo obvio: que sólo le hace falta Elizabeth Taylor, ronroneándole en la cama.
Por eso este Brick Pollit, un poco criollo y otro gringo, anda por las calles repitiendo lugares comunes y escribiendo sandeces, sin darse cuenta que él mismo es un personaje que no ha podido crearse, porque no quiere entenderse.
Concebirse a uno mismo, no lo sabe el pobre Brick maldito, es una bendición que sólo llega luego del ejercicio constante de tomar decisiones.
Y Brick Pollit, drunk and queer, no sabe cómo ver lo que está a simple vista para todos los demás personajes que se mueven sobre las tablas del teatro que apenas atinamos a llamar vida. No sabe cómo asumir esa personalidad que le han impuesto y que él abraza de manera inequívoca, pero que no puede aceptar, porque, presumo, le da vergüenza. ¿Cómo puede uno resignarse a ser algo vacío, hueco, como hecho de… celofán?
Y aquellos que sienten vergüenza de sí mismos sólo pueden inspirar lástima. Por eso yo no puedo más que sentir conmiseración por este hombre-personaje sin ser nada ni personaje ni hombre ni Brick ni gay ni queer ni tener a una Taylor un pobre diablo que no se ha visto en un espejo. Uno que no ha podido ver su cara de Brick Pollit, su voz de Brick Pollit, su sexo (¿y será que tiene sexo?) de Brick Pollit.
Tanta lástima me inspira la manera de ser poca cosa de Brick Pollit que me provoca tranquilizarlo.
No te preocupes, querido, anda tranquilo porque sólo fui yo quien supo ver a través de tu piel recuerda que “mendacity is a system that we live in” y nadie sabrá reconocerte, drunk and queer, en una sociedad donde todos pasamos la vida viéndonos el ombligo. Estás a salvo, Brick, a salvo mientras no tomes una sola decisión por el resto de tu vida, para que no tengas que aprender a vivir con ninguna de ellas, todos los días que te queden de existencia: Cada quien, cariño, escoge su infelicidad.