domingo, 10 de noviembre de 2013

Con el culo al aire

En el hartazgo que genera la precaria situación de intentar sobrevivir esta época de escasez en Venezuela, los intelectuales corremos el riesgo de perder la perspectiva y, por cansancio e impaciencia, permitirle al gobierno ganar el juego. La falta de papel higiénico, como imagen simbólica del fracaso de la Revolución, se ha multiplicado entre nosotros como la evidencia de una distopía. Y es tan fácil mostrar la imagen de la falta de papel sanitario y probar la ruina, el desengaño y la frustración que la estamos convirtiendo en una especie de tautología mitologizante como esas que denunciaba Roland Barthes en Francia hace más de treinta años. Al rollo de papel, o más bien a su ausencia, se le ha puesto a decir tantas cosas que nada dice.
A mediados de octubre nos visitó una delegación de seis escritores traídos desde España para la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (Filuc) y cuatro de ellos escribieron sobre su estadía en el país. No me impresionó descubrir que en todos los textos se multiplicaban imágenes del deterioro y que ninguno, a excepción de Víctor Álamo de la Rosa –cuya conexión con Venezuela es de larga data–, se refirió al movimiento intelectual que se está gestando aquí. Por supuesto que todos hablaron con respeto y admiración de los venezolanos sometidos a la indignidad de hacer colas eternas para comprar pollo, leche cuando hay y, por su puesto, el ya icónico papel sanitario.
Carlos Granés, autor del ensayo El puño invisible, se refirió a la Torre de Babel, que “para los europeos y norteamericanos que encuentran en América Latina una fuente de (…) autenticidades excéntricas (…) no es un fiasco arquitectónico, sino todo lo contrario, un ejemplo de vitalidad y adaptación ante el fracaso del neoliberalismo, merecedora del León de Oro de la Bienal de Arquitectura de Venecia”. Sergio del Molino, periodista y narrador, sentencia: “Los venezolanos no se pueden limpiar el culo” y recuerda que una mañana mientras estaba en uno de los mejores hoteles de Valencia, un venezolano le pidió pasta de dientes porque “en las tiendas no había” y que “el café lo tomé siempre solo, pues no había leche líquida”. Pero también aplaude a la mujer que viajó horas para escuchar su taller de narrativa o la organización de la Filuc, que le pareció como a sus compatriotas, impecable.
 Víctor Álamo de la Rosa se refiere a la falta de leche para tomarse el café venezolano que tanto le gusta y a pesar de señalar “la cubanización” que está sufriendo el país es el único en contrastar el entusiasmo venezolano por la literatura con el de su lado del océano: “cuando en Europa a menudo nos vemos envueltos en debates fatuos en torno al libro y la literatura, allí uno vive la inmensa alegría de comprobar que un libro es un tesoro de valor incalculable (a veces literalmente, porque los libros importados alcanzan precios en verdad imposibles para el paupérrimo bolívar, sobre todo si es oficial)”
 Miguel Ángel Hernández Navarro, que en 2012 quedó de finalista del Herralde con Intento de Escapada, se compró un chándal (mono) con la bandera de Venezuela y se lo puso en Halloween para disfrazarse de chavista, en contra de las aclaratorias de Juan Carlos Chirinos de que esa es una vestimenta de las delegaciones deportivas y musicales nacionales sin importar la posición política de sus miembros.
No tengo nada que reclamarle a estos escritores y sí mucho que agradecerles por su solidaridad conmigo y mis compatriotas en nuestra hora menguada. Sin embargo, no puedo evitar sentir resentimiento –que por demás es un sentimiento típicamente venezolano–, al ver que el retrato de su experiencia en este país tiene la misma pátina de deterioro que las conversaciones de automercado y que, como las charlas casuales en este país, se esconde detrás del mito del papel higiénico. He pensado mucho en esto porque me la paso pensando en mis sentimientos con el objeto de entender cuál es su origen, así que he concluido que la percepción que se multiplicó al otro lado del océano es culpa de quienes acá los recibimos, obsesionados como estamos con la imagen del papel sanitario que falta.
El problema no está en que nos comparen con Cuba o que tuvieran que pasar el mal rato de visitar un país violento y en carestía, sino que al escribir a partir del mito del papel sanitario se hicieron eco de una de las más poderosas herramientas del gobierno revolucionario venezolano: la idea de que hay asuntos apremiantes y que la cultura no es uno de estos. Resulta que si existe una Filuc –que es una de muchas iniciativas privadas y universitarias que sobreviven a duras penas en este país, donde el gobierno le tiene montada la guerra al mecenazgo– es porque hay una intelectualidad de la resistencia. Es a esta resistencia que intenta callar el esencialismo demagógico del chavismo al reducirla a sus necesidades básicas.
No nos engañemos, la pelea de los intelectuales venezolanos es la misma que se articula en todas partes del mundo, incluyendo España donde mermó la inversión pública en cultura en los tres últimos años y el mercado editorial se contrajo en 12% en 2013. Allá y acá se trata de cristalizar una verdadera diversidad cultural dentro de nuestros países, para convertirlos en sitios donde quepamos todos, pensemos como pensemos.
En Venezuela esta discusión tiene un matiz de urgencia, porque la institucionalidad democrática ha sido barrida por el totalitarismo. Pero es justamente por eso que quienes estamos en la intelectualidad de la resistencia debemos continuar hablando de cultura, a pesar de las colas enormes y de los culos sucios.
En todos los países se están preguntando para qué sirve la cultura, porque esa es la pregunta central de la posmodernidad y de la revolución informática y en Venezuela estamos comenzando a descubrir que, más allá de las posiciones tautológicas y mitologizantes del chavismo, la cultura es un territorio para ensayar el progreso y mostrar cómo son las sociedades que ven el conocimiento como un valor. Si nos distraemos hablando de la falta de papel sanitario perdemos la perspectiva y salimos de la discusión cultural mundial, que es el único lugar donde la intelectualidad venezolana excluida por el chavismo encontrará asideros y validación para sus postulados.

Por eso pienso que nunca ha sido tan a propósito como en estos momentos el lugar común que pregunta: ¿Qué tiene que ver el culo con las pestañas?





miércoles, 25 de septiembre de 2013

El llavero y la verdad

Mi abuela se negaba a darle a papá el gusto de preguntarme si había agarrado el llavero, solo para no tener que aceptar que yo la había hecho pasar un mal rato o quizá por su manía llevarle la contraria. Mi abuela no confiaba en él. En el fondo, aunque nunca se lo había dicho a su hija, le parecía que papá no era de fiar, que escondía algo. No se trataba de otra mujer o de algún secreto sórdido de su pasado sino de algo más profundo, constitutivo de su personalidad: la abuela temía que papá fuera estructuralmente mendaz.
Pero papá tenía razón. El manojo de llaves unidos por un llavero con una gran letra “M” dorada estaba en el maletero del carrito Fisher Price con el que pasaba horas jugando. Aunque sabía que era grave lo que estaba pasando y me daba lástima ver a mi abuela recorriendo todos los cuartos de las casa, a ratos afincando el dedo índice sobre un lado de su frente, como si eso la ayudar a marcar los recuerdos, no confesé. Parte de la razón por la que mi abuela no me metió en este problemaes porque yo, sentada sobre el carrito, impulsándome con las piernas que le caían a cada lado, iba persiguiéndola por toda la casa mientras hacía las pesquisas, así que era evidente que si yo tenía algo que decir, lo hubiera hecho hacía horas.

No soy una persona mala, o por lo menos aún no lo era a esa edad, así que no había escondido las llaves apropósito. Creía que tenía legítimo derecho sobre ellas porque estaban marcadas con una gran letra “M” dorada. Verán, yo soy la única que tiene un nombre que empieza con “M” en la familia: María.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La caricia y la cosquilla

Comienzo a incorporarme y me percato de que aún no he trascendido la necesidad de otra piel. Una caricia. Necesito que me toquen. Pero no tienen que ser las manos de Pedro, porque sé que cuando me pare del sofá voy a poder ver el sol saliendo detrás de la montaña, y la iridiscencia caraqueña volverá a recordarme que toda noche tiene su amanecer. Quizá eso sea suficiente para ahuyentar el sopor, aunque sea por unas horas mientras termino de escribir el artículo. Sé también que aunque supiera dónde está y con quién está él nunca volverá a despertar conmigo. Lo que tuvimos terminó. Así que yo puedo morirme por sus manos pero él no me las va a ofrecer para lavarme el cansancio.
Pero mi cuerpo no sabe de esas cosas y la necesidad de una caricia no me va a abandonar el día de hoy, de eso no tengo ninguna duda. Y pienso en las cosquillas porque con los pies sobre la losa fría del suelo vuelvo a ser una niña . Si cierro los ojos podré ver a mamá que viene a despertarme, porque sino llegaré tarde al colegio. Me miraré haciéndome la dormida para que ella tenga que moverme y hasta hacerme cosquillas para que me salga de la cama. Casi puedo escuchar una puerta que se abre y unas pisadas sigilosas y torpes –así eran los pasos mañaneros de mamá , como si hubiera dejado la adultez metida entre las sábanas, con mi papá–.

Sin abrir los ojos aún, pero ya lista para enfrentar el día, decido de que antes de que vuelva a hacerse de noche la visitaré. Tengo tiempo que no la toco. Y me carcajeo con esa explosión de quien se siente sorprendida por los dedos de otro. Aquello que da risa de las cosquillas es que uno no se espera qué parte del cuerpo van a tocar. A mamá la he abandonado yo. Ya es hora de volver a ella.

martes, 27 de agosto de 2013

La particularidad del intelectual (Notas sobre la escritura II)


Por su puesto que no toda la escritura es intelectual. Hay quienes se dedican a decodificar el mundo en ficciones, sin necesidad de hacerse preguntas sobre la vida para entenderla. Incluso muchos ganan buen dinero con eso. Y todos nos entretenemos con sus fantasías. Tampoco veo nada de malo en ello. El único problema es cuando el entretenedor se las da de intenso.
Lo que a mí me interesa, sin embargo, es el otro tipo de escritura: el que se hace preguntas. El problema de pasarse la vida haciéndose preguntas es que tendemos a ser demasiado críticos con lo que nos rodea. Y en Venezuela a nadie le gusta un aguafiestas. La gente nos percibe como malhumorados y somos incómodos. Y uno tiene que perder tiempo siempre tomando en cuenta cómo va a decir las cosas, porque sin falta siempre le caen mal a alguien. Y eso es gravísimo entre los caribeños.
Pero es que además de los problemas sociales, pensar trae problemas financieros. Es el trabajo peor pagado, cuando lo remuneran por su puesto. Y escribir, que es poner pensamientos sobre papel (o en la pantalla del computador), vale menos que nada, incluso si trabajas dentro de las industrias culturales.
Nos encanta llenarnos la boca diciendo que estamos en la Era de la Información y que esta situación originó un proceso de reformulación del capitalismo, pero no tenemos idea de qué significa eso y pocos mostramos interés en cómo ocurre esta reformulación. Y el que paga –o mejor dicho: no cobra– es el que tiene las ideas que mueven esa lógica: el que está en la base del producto cultural, porque es objeto de las grandilocuencias de los políticos, de los intereses de los medios, de las expectativas de los académicos y de la displicencia del resto de los miembros de sus sociedad.
Malhumorados, incómodos y quebrados: ese es el perfil de los habitantes que conforman núcleo de la revolución del conocimiento en el país. No me sorprende que cada vez menos personas apuesten por el pensamiento.

viernes, 23 de agosto de 2013

Entusiasmo por el cuento


  Soy una entusiasta del cuento. De todos los géneros literarios es el que más me emociona. El resultado que sobre mí causa un relato que siga la unidad de efecto de Poe es como la tensión que conquista el cuerpo cuando no sabemos si un ser querido está en peligro. El knockout de Cortázar me duele como el final de un amor. Y la bifurcación de una narración en dos, a lo Chéjov, se parece al hilo argumentativo de mi cotidianidad dual, que abreva de la narración de lo que es ficción y de lo que no.
El cuento es un género cuyo truco y gran dificultad no está en la escritura sino en la edición. Por eso nunca termina el proceso de escribir un cuento. Si uno los comparte con otros es más por el cansancio de seguir escuchándose las mismas anécdotas que por la confianza en el punto final que ha puesto. Es esa misma dificultad de narrar de forma compacta, aunada a la anécdota que apunta a lo trascendente y lo cotidiano a la vez, la que confecciona las mejores frases de la literatura breve.
Y eso es algo que nunca podrá imitar la poesía, que propone sus ideas incrustadas en los sentimientos. El cuento, menos ambicioso, expone sentimientos a través de las anécdotas y sus manos toman de un lado el corazón del lector, que no puede separase de una situación –porque la narrativa breve es de situaciones y la larga, de personajes–, y del otro sujeta las entrañas del escritor, que en cada historia deja lo  suyo con otro poco de lo de los demás.
Por eso me parece más seductor un relato breve, incluso brevísimo, que un poema. Ya, lo dije (escribí). Poetas: no me odien.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Escoger el impulso (Notas sobre la escritura I)


Esto he tratado de explicárselo con persistencia a mi familia y a ciertos amigos: uno no escoge la escritura como lo hace, digamos, con el Derecho, la Administración o la Ingeniería. Es una decisión de vida y no de carrera: influye no sólo cómo percibimos dinero por nuestro trabajo sino nuestra rutina, la manera de ver el mundo y hasta la elección de pareja.
No se trata tampoco de que “la escritura lo escoja a uno”, como dice la gente cursi, incluyendo a muchos que se dedican a esto. No. El impulso de escribir con la esperanza de que otra persona lea lo puesto sobre el papel (o la pantalla del computador) se refiere a una inclinación que al principio no tiene que ver con combinar palabras para crear oraciones y párrafos. Ese impulso comienza con la obsesión sobre algunos temas, con una mirada hacia la realidad que va a contracorriente del ambiente y siempre está lista para puntualizar qué está mal. Por eso creo que la escritura es una herramienta de la intelectualidad.
Yo entendí que había escogido la escritura cuando comencé a darme cuenta que existe una especie de alegría que se articula dentro de mí cuando he pasado horas creando mundos ficticios. No había otro procedimiento que me produjera un goce similar. Y aquello venía encadenado a lo otro. La manera de ver la vida siempre desde su lugar más crítico, que me resta los amigos. Y las dificultades de optar por la escritura, que me mantiene cuestionándome cómo fue que dejé que el impulso de pensar me gobernara la vida. ¡Y tan fácil que era lo otro!

miércoles, 24 de julio de 2013

Simone y mi ordinaria falta de tinieblas

Acabo de terminar de leerla y juro que no entiendo. No entiendo bien qué criterios operaron para otorgarle el Premio de Novela Rómulo Gallegos a Simone de Eduardo Lalo, cuando entre las finalistas estaban obras de altura. Me refiero a Arrecife de Juan Villoro, que se refiere a la cultura de la muerte contemporánea; Formas de volver a casa de Alejandro Zambra, que muestra los vacíos de la generación nacida en la época de Pinochet o Los sordos de Rodrigo Rey Rosa que une las angustias actuales con los conocimientos ancestrales. Quizá sea mi ordinaria falta de tinieblas –como diría Neruda– pero no veo la trascendencia o la novedad de la propuesta del autor. Esos serían los criterios por los que yo premiaría una obra. Pero no estaba yo en el jurado. Así que el problema es mío porque espero que la literatura –y especialmente la premiada en certámenes internacionales– me diga algo. Qué ilusa, yo buscando lo que no se me ha perdido en las novelas.

viernes, 5 de julio de 2013

Un viaje al pasado


Quizá lo único que era verdaderamente distinto a una especie de cotidianidad que no recordaba era que estábamos de nuevo en un vagón de tren, padres e hija: aquél triángulo originario que llamé una vez familia, antes de que naciera Marcel que estaba en Caracas para resolver esos asuntos inaplazables que sólo se tienen cuando uno va a la universidad. Tampoco era él parte de esto, porque nació en el año noventa, después de que papá y yo nos pusiéramos a memorizar aquello de que a las cinco en sombra de la tarde y de que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena.
Por eso Granada. Y por eso Federico García Lorca que iba pidiéndomelo verde desde un libro suyo que tenía dentro de la cartera. Por eso aquél viaje, nosotros tres, como si papá pudiera echar el reloj hacia atrás con esas manos que ya han comenzado a mancharse. Y por eso aquella sensación de que todo era un secreto, de que me iban a regañar si hablaba de más o decía lo que no debía. Y el miedo de repetir, por tercera vez mi pregunta sobre qué íbamos a hacer allá y, a penas me salió un balbuceo sobre una fecha de regreso.
      – ¡Emilio!, dijo mamá con esa manera sólo suya que tiene de llamarlo.
Él levantó sus ojos, que son exactamente iguales a los míos pero más grandes y con arrugas. Colocó el libro a la altura de su pecho (por que antes lo tenía muy cerca de la cara) y mientras La Reconquista seguía su curso natural en la Historia de España, me preguntó qué me pasaba, con esa seriedad suya que hace de cualquier momento uno trascendente. Pregunté, de nuevo, con mi propia versión de la severidad que estaba escrita sobre su cara y con un dejo de indiferencia me contestó que el lunes.
– ¿Pasado mañana?, le pregunté con un sobresalto simple, ahora sí de vuelta a mis treinta y pico de años.
Mamá ni se inmutó. Pero la cara de mi padre fue como si lo hubiera insultado. El paisaje de la noche y las luces españolas moviéndose dentro de las ventanas del tren, que iba avanzando hacia el destino, mientras papá caía en cuenta de que había organizado ese viaje para devolverse al pasado, robándose una semana de nuestro futuro. Y la revelación me pareció menos trágica para él que había cometido un error que para mi que tuve que aceptar que aquella mirada suya era ya la de un anciano.

viernes, 21 de junio de 2013

Algunas cifras


En estos momentos, más de 495 millones de personas hablan español, que se ha convertido en la segunda lengua del mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación internacional. Según señalan estadísticas del Instituto Cervantes, el porcentaje de población mundial que habla español como lengua nativa está aumentando, mientras la proporción de hablantes de chino e inglés desciende, así que en 2030, el 7,5% de la población mundial será hispanohablante (un total de 535 millones de personas), porcentaje que destaca por encima del ruso (2,2%), del francés (1,4%) y del alemán (1,2%). Para entonces, sólo el chino superará al español como grupo de hablantes de dominio nativo. ¿Por qué, entonces, seguimos obsesionados con la cultura que habla en inglés?

viernes, 7 de junio de 2013

Entiéndame (aunque yo no pueda)

No entiendo bien por qué me llamó la atención esto, pero acá lo anoto por si acaso. Ya entenderé que fue aquello que se movió dentro de mi cotidianidad para que saltara este párrafo en mi lectura:
“Uno deja correr el tiempo encerrado en su rutina diaria, sin prestar atención a las cosas o a las personas que la integran con nosotros, y de pronto una de esas personas o cosas cobra vida y lo altera todo. Es el precio que pagamos por creer que lo que nos gusta, como lo que nos repugna o lo que conmueve, nos gusta, nos repugna o nos conmueve por propia voluntad y no por una eventualidad tan trivial, tan carente de sentido, como estar en una fecha y una hora concretas en un lugar determinado”

Marcos Giralt Torrente, Entiéndame (Anagrama, 1995)

lunes, 27 de mayo de 2013

Ednodio Quintero: Con Japón en el corazón


Además de que la narrativa de Ednodio Quintero mezcla temas y tratamientos japoneses como la ruptura de la unión familiar, la incomunicación y la insularidad con sus propias obsesiones –los mundos mitológicos, la soledad y las relaciones incestuosas– su aporte a la difusión de la literatura japonesa es crucial no sólo paral os lectores venezolanos sino para el resto de los habitantes de la patria de la Ñ.
El autor de Mariana y los comanches ha dedicado alrededor de dos décadas a conocer la obra de autores como el Premio Nóbel del año 1968, Yasunari Kawabata, al que describe sutil y encantadora prosa o el “genial y controvertido” –como lo describe Quintero– Yukio Mishima, conocido no sólo por su obra por hacerse sepukku en 1970, sino por que su obra es central al canon japonés contemporáneo. Con su ayuda, la editorial catalana Candaya publicó El mago, trece cuentos japoneses de Ryunosuke Akutagawa, de quien Quintero –que es co-traductor del tomo– celebra en el prólogo por su “la fluidez expresiva de su prosa, su capacidad de generar emociones, su estilo inconfundible basado en la perfección de la forma y su profundo conocimiento de lo humano”. Bienvenidas la literatura en kanji a nuestras costas: Gracias, Ednodio.

miércoles, 22 de mayo de 2013

La luz, los poetas y la noche


 Me gusta hablar con los poetas porque tienen la vida a flor de piel. Por su puesto que hay muchos gatos que tienen pinta de tigres y el territorio de las metáforas no es la excepción, pero cuando tengo la suerte de conseguirme alguien que comprende la búsqueda de lo que Cadenas denominó las “certitudes aterradoras”, me siento privilegiada. Entiendo entonces por qué siento que cada día sobre la tierra es una carga: porque eso me ayuda a cavar una ventana mínima en la realidad para ver a los demás y comprender que hay otros tan insomnes como yo que abrevan sus inquietudes en palabras. Y cuando los seres de la noche se encuentran siempre hay claridad. Enhorabuena.

jueves, 9 de mayo de 2013

Esa trivialidad llamada anécdota


Con tantos escritores pensando en la Literatura con mayúscula, el sencillo y poco pretencioso atributo de la anécdota ha caído en desuso. Así las novelas se llenan de metáforas rimbombantes y voces “narrativas” de lenguaje florido ensartan imágenes una tras otra que causan en los lectores la ansiedad de tener que parecer inteligentes incluso durante el íntimo y solitario acto de la lectura. A mi me parece un insulto como lectora que un autor menosprecie la anécdota, porque es de contar anécdotas que se originó el oficio y el arte de escribir. Eran narraciones de eventos que la tribu quería conocer. Me parece que las historias sin anécdotas son tan vacías como el sexo sin ganas.

Esa trivialidad llamada anécdota


Con tantos escritores pensando en la Literatura con mayúscula, el sencillo y poco pretencioso atributo de la anécdota ha caído en desuso. Así las novelas se llenan de metáforas rimbombantes y voces “narrativas” de lenguaje florido ensartan imágenes una tras otra que causan en los lectores la ansiedad de tener que parecer inteligentes incluso durante el íntimo y solitario acto de la lectura. A mi me parece un insulto como lectora que un autor menosprecie la anécdota, porque es de contar anécdotas que se originó el oficio y el arte de escribir. Eran narraciones de eventos que la tribu quería conocer. Me parece que las historias sin anécdotas son tan vacías como el sexo sin ganas.

viernes, 3 de mayo de 2013

Trayéndolo todo a Venezuela


Creo que es un acierto que el sello Puntocero presente mañana una edición de Trayéndolo todo a casa, una antología de los cuentos escritos entre 1999 y 2010 por el argentino Patricio Pron. El autor nacido en Rosario e 1975 es uno de los elegidos por la revista Granta en 2010 entre los mejores narradores encastellano de su generación. Si bien en su momento critiqué el ánimo bombástico de esta antología, creo que ese tipo de selecciones son útiles para determinar a qué escritores no debemos perderle la pista en la próxima década. Los veinte cuentos que están compilados en el título “giran en torno a situaciones extraordinarias,todas ellas atravesadas por personajes que observan con extrañeza cómo larealidad se va deformando a su paso”, pero la característica que yo creo más profunda es que dejan al lector con la sensación de haber asistido a un mundo por el que pululan personalidades aisladas y humanidades heridas por las malas intenciones. Este es un universo en el que Pron parece moverse bien y es una certeza que ciertamente guía sus proyecto literarios.

domingo, 28 de abril de 2013

Buscar lo Hot


Si bien la más reciente novela de Laura Restrepo Hot sur (Palneta, 2012) no tiene la fuerza erótica de La Novia Oscura (1999), la ternura de Dulce compañía (1995) o el tino en la descripción de las sociedades modernas que exhibe en Delirio (2004), la descripción de la desolada y falocrática feminidad latinoamericana que hace a través de la saga de tres mujeres que van a buscar el sueño americano donde no se les ha perdido, resalta por la maestría de su prosa y por la puntualidad en enumerar problemas sociales urgentes como el racismo, las insalvables diferencias sociales entre los habitantes del norte y del sur del Nuevo Mundo y la necesidad de educación entre las masas ignorantes. Así Hot sur se coloca como un libro de su época, a pesar de haber optado por el tan explotado tema de la inmigración latina en Estados Unidos.


sábado, 27 de abril de 2013

La honestidad del dolor


“Grief has no distance. Grief comes in waves, paroxysms, sudden apprehensions that weaken the knees and blind the eyes and obliterate the dailiness of life”
(El dolor no tiene distancia. El dolor viene en olas, paroxismos, en aprehensiones súbitas que debilitan las rodillas y enceguecen los ojos y arrancan la cotidianidad de la vida)
Esta frase la escribe Joan Didion en The year of magical thinking, la obra testimonial que escribió entre 2005 y 2006 sobre la muerte de su esposo y el año que le sucedió, al que bautizó “del pensamiento mágico”, porque se la pasaba pensando en que en cualquier momento su esposo, John Gregory Dunne, iba a aparecer… y luego recordaba que había muerto. En esta frase pensé cuando leí el bello libro que ha venido Piedad Bonnett a presentar en Caracas: Lo que no tiene nombre. Es un tributo a su hijo, Daniel, que se suicidó en el año 2008. El dolor materno es tan palpable en la prosa de Bonnett como la buena literatura y si pensé en esa escritora de oficio y de mente aguda que es Didion cuando lo leí, además de por eso que es obvio –el duelo de una escritora vertido en un libro–, es porque el texto de la colombiana comparte con la estadounidense un ingrediente fundamental en el género testimonial y yo diría que en toda la literatura: la honestidad.




domingo, 7 de abril de 2013

La frivolidad de llamarse intelectual (Publicado hoy, 07/04/2013, en Papel Literario)



La frivolidad de llamarse intelectual
Michelle Roche Rodríguez

(Nota: Copio este artículo acá porque tiene varios links que pueden ser útiles a quienes quieran referirse a ciertos artículos que cito)

En La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa lamenta que la dictadura de la superficialidad se impusiera sobre la cultura. “La frivolidad”, escribe, “consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación– hacen las veces de sentimientos e ideas” (página 51). De este “indeseable efecto”, dice, es culpable la “democratización de la cultura” (35), por eso siente nostalgia de la época cuando las élites establecían juicios sobre qué es arte y qué no, antes de que la figura del hombre de pensamiento, el intelectual, se eclipsara.
Para el lector no pasa desapercibido que el propio Vargas Llosa se propone como hombre de pensamiento, quizá el último que queda, como señala Jorge Volpi en otra reseña del libro. Por eso el autor peruano se define como “alguien que, desde que descubrió, a través de los libros, la aventura espiritual, tuvo siempre por modelo aquellas personas que se movían con desenvoltura en el mundo de las ideas y tenían claros unos valores estéticos que les permitirían opinar con seguridad sobre lo que era bueno o malo, original o epígono, revolucionario o rutinario, en la literatura, las artes plásticas, la filosofía y la música” (202).
Resulta exagerado que, en su diagnóstico atroz de la actualidad y a la par que se propone como hombre de letras, culpe a Jacques Lacan, Roland Barthes y Michel Foucault, entre otros, del deterioro de la educación y de la autoridad del profesor, como hace en el tercer capítulo del libro, “Prohibido prohibir”. Parte de esas ideas las había leído en un ensayo suyo publicado el año pasado por la revista mexicana Letras libres. Además del tono de superioridad con el que fueron expuestos sus razonamientos, me pareció extraño que no se preocupara por definir qué entiende por deconstrucción, estructuralismo o posmodernidad, lo que quizá hubiera facilitado la comprensión de qué le molesta tanto de sus postulados.
La civilización del espectáculo tiene muchos puntos que merecen discutirse, pero la dureza de la crítica contra pensadores esenciales del siglo XX me obliga a detenerme sobre esto. Vargas Llosa no sólo arremete contra el deconstruccionismo y otras escuelas asociadas con el estructuralismo, sino que llega a la audacia de tildar de “delirios” a ciertas escuelas teóricas posmodernas y llamar charlatanes a sus seguidores. Escribe que, por adscribirse a esas teorías, los intelectuales franceses de mediados del siglo pasado perdieron autoridad: “no eran serios, jugaban con las ideas y las teorías como los malabaristas de los circos con los pañuelos palitroques, que divierten y hasta maravillan, pero no convencen” (87).
Sin embargo, ¿cuáles son las alternativas que propone el Premio Nobel a los citados pensadores franceses? Alan Sokal y Jean Bricmon, Gertrude Himmelfarb y Lionel Thrilling. Ellos sí. Pueden no haber hecho contribuciones tan profundas a la vida contemporánea como la teoría del espejo de Lacan o la de las estructuras de poder de Foucault, pero para el autor de La tentación de lo imposible (2004) merecen aplausos porque desenmascaran a los charlatanes.
La argumentación de Vargas Llosa parece incompleta. Primero, se abstiene de explicar que el libro escrito por el matemático Sokal y el físico Bricmont, Imposturas intelectuales (1997), se limita a acusar a algunos estructuralistas de abusar de ciertos términos provenientes de las matemáticas sin contextualizarlos. También la apología que hace del trabajo de Himmelfarb es sospechosa. “[Sus] críticas (…) a los estragos que la deconstrucción ha causado en el dominio de las humanidades me parecen irrefutables”, escribe pero no explica qué las hace incontrovertibles (91-92). Tampoco precisa el autor peruano que Himmelfarb es especialista en la historia de Inglaterra durante el siglo XIX ni queda muy claro por qué cierra esta sección refiriéndose al crítico literario Thrilling, que tampoco ofrece alternativas plausibles al estructuralismo o sus interpretaciones asociadas.
Pienso como Vargas Llosa que ciertas sociedades se beneficiarían más de una visión menos superficial de sus problemas y por eso mismo me parece paradójico que el autor acuse de complicados y oscurantistas los ensayos de Barthes, Lacan o Foucault. Quizá los halle demasiado intelectuales. Pero, ¿puede alguien que se precie de lector sagaz despreciar el trabajo de las piedras fundamentales del pensamiento contemporáneo? ¿No es esto como declararse intelectualmente aislado del mundo?


Título: La civilización del espectáculo
Autor: Mario Vargas Llosa
Editorial: Alfaguara
Precio: Bs. 200

Una reflexión mínima de Martín Caparrós


“El periodista es un traidor, siempre un traidor, a menos que sea un propagandista, un corrupto, un entenado, un perro; si quiere hacer su trabajo de periodista tiene que contar algunas cosas que otros no querían que contara –pero todo el problema está en saber qué cosas”

viernes, 5 de abril de 2013

Amor de madre


Tomó apenas un momento: Antes de hacer presión para que mi cabeza se inclinara hacia delante, la palma de la mano de mamá rodeó mi nuca, allí donde comienza a nacerme el cabello. Y eso fue todo lo que sentí. Al principio no había razón para el sobresalto que me había quitado la respiración. Aunque no podía verla, sabía que era ella; quizá aquello se trataba de otra de sus esporádicas caricias torpes, pensé cuando en un instante minúsculo se reunieron mis ideas y mis sentimientos que iban en volandas. Pero algo había en aquél movimiento que me crispó los nervios: cierta falta de brusquedad, común en sus interacciones conmigo. Luego sentí la presión del aparato complicado hecho de correas que atravesaba la mitad de mi cara. Incrédula, llevé las manos hasta mi cara en un movimiento que me tomó siglos y palpé una lámina de cuero grueso y negro que me tapaba la boca y estaba amarrada por la parte baja de mi cabeza con una correa.
Así se había inaugurado el único ritual que reunió a mi madre con mi infancia. La primera vez ocurrió en la penumbra opaca de mi cuarto, justo antes de que amaneciera y así se repitió diariamente. Hasta que mi padre se mudó definitivamente a la casa, ella me despertaba para ajustarme el bozal, mientras yo me resignaba a reconocer de nuevo mis labios sólo tres veces al día, cuando venía mi nodriza a traerme el alimento.
Entonces tenía la edad de cinco años.

miércoles, 3 de abril de 2013

Lectura, escritura y cansancio


Anthony Trollope, un autor clásico de la Era Victoriana, empezó en el año 1876 la última novela se su Serie Palliser, Los hijos del duque. Su prosa no me llama la atención en absoluto, pero su vocación por el trabajo es admirable: Luego de escribir parsimoniosamente y metódicamente desde las 5:00 a las 8:00 de la mañana, unas 1000 palabras al día, se iba a trabajar como funcionario dela Oficina de Correos. Y yo quejándome de que me hace falta tiempo para escribri lo mío. Soy una quejica. ¿Cuántas veces no sentiría desfallecer Trollope en aquél invierno grisáceo de Inglaterra? Y yo con este sol abrasador calentándome las ideas, incapás de poner a hervir una novelita...

viernes, 25 de enero de 2013

La invención del museo en la web


Más que impresionarme por la calidad de la exposición La invención concreta: La Colección Patricia Phelps de Cisneros, que acaba de inaugurarse en el Museo de Arte ReinaSofía de Madrid, me quedé pensando en las herramientas que ésta utiliza, como medida de la evolución que ha tenido en el último lustro la investigación y enseñanza de las artes plásticas.
En cuanto a curaduría, la muestra está muy por encima de otras vistas esta temporada en la capital española. Esto quizá se deba a que se afana en conceptualizar las relaciones entre las piezas presentadas y sus momentos históricos, algo que por desgracia no se vio en Gauguin y el viaje a lo exótico que cerró el 13 de enero en el Thyssen Bornemisza, donde los curadores ni mostraron nada nuevo sobre los aportes de su estética Made in Tahiti ni supieron responder a la pregunta hecha en el mismo recorrido sobre cómo los orígenes peruanos del artista esculpieron la fascinación que lo marcó.
La invención concreta, por su parte, es más bien un ejemplo de cómo la moda multimedia se impone dentro de la cultura y de las posibilidades que ofrece para los interesados en conocer mejor las artes plásticas, como estudiosos o como público en general. Me refiero a esto porque la página web bilingüe de la exposición se puede leer su sustento conceptual, ver las obras expuestas así como todos los textos de sala e incluso puede hacerse un recorrido virtual. Para los que no van a poder verla antes de que la retiren el 16 de septiembre, esto representa una ventaja porque estarán bien enterados de todo lo que hay allí. Pero a los nostálgicos como yo de las experiencias en persona quizá les quede una pregunta flotando en la mente: ¿puede irse al museo sin salir de casa?

lunes, 21 de enero de 2013

Con Nothomb todavía temblando


Quizá era la única que no había leído aún Estupor y tembloresEstupor y temblores de Amélie Nothomb, pero la semana pasada el destino me comprobó lo que explica Juan Villoro en El libro salvaje: que los lectores, más que encontrar libros, son encontrados por ciertas publicaciones. El caso es que estaba yo dándome La buena vida y cayó entre mis manos este título que en castellano va por la décima edición. Se trata de una novela brevísima sobre las vicisitudes de una joven belga trabajando en una empresa de consumo masivo en Japón. El título es especialmente revelador de la trama porque con “estupor y temblores”, debían dirigirse los subalternos al emperador en la época de los samuráis y es una actitud que ahora estructura la complicada ética empresarial de Japón. La narración se estructura sobre un hilo dramático sin saltos narrativos hacia pasado o futuro y está narrada en primera persona del singular, lo que contribuye a evidenciar su carácter autobiográfico del texto de la autora belga nacida en Kobe (Japón) en el año 1967. A ratos una parábola y otras una caricatura demasiado simplificada de la sociedad japonesa, Estupor y temblores seduce por el humor salvaje de la autora. Pero no es esto lo que hará que su sabor se quede varios días con el lector; es que la descripción de Nothomb de su superiora inmediata ––que a ratos parece crítica, pero la mayoría de las veces señala un embeleso propio del enamoramiento–– señala la relación dual con el poder (y con los poderosos) que, aunque queramos negarlo, tenemos todos. Y en el fondo de aquellos jefes intransigentes (y de los jefes de los jefes intransigentes) que describe la belga, cualquiera podrá reconocer sus traumas laborales, transcurrieran estos dentro o fuera de la inaccesible cultura asiática.