martes, 27 de agosto de 2013

La particularidad del intelectual (Notas sobre la escritura II)


Por su puesto que no toda la escritura es intelectual. Hay quienes se dedican a decodificar el mundo en ficciones, sin necesidad de hacerse preguntas sobre la vida para entenderla. Incluso muchos ganan buen dinero con eso. Y todos nos entretenemos con sus fantasías. Tampoco veo nada de malo en ello. El único problema es cuando el entretenedor se las da de intenso.
Lo que a mí me interesa, sin embargo, es el otro tipo de escritura: el que se hace preguntas. El problema de pasarse la vida haciéndose preguntas es que tendemos a ser demasiado críticos con lo que nos rodea. Y en Venezuela a nadie le gusta un aguafiestas. La gente nos percibe como malhumorados y somos incómodos. Y uno tiene que perder tiempo siempre tomando en cuenta cómo va a decir las cosas, porque sin falta siempre le caen mal a alguien. Y eso es gravísimo entre los caribeños.
Pero es que además de los problemas sociales, pensar trae problemas financieros. Es el trabajo peor pagado, cuando lo remuneran por su puesto. Y escribir, que es poner pensamientos sobre papel (o en la pantalla del computador), vale menos que nada, incluso si trabajas dentro de las industrias culturales.
Nos encanta llenarnos la boca diciendo que estamos en la Era de la Información y que esta situación originó un proceso de reformulación del capitalismo, pero no tenemos idea de qué significa eso y pocos mostramos interés en cómo ocurre esta reformulación. Y el que paga –o mejor dicho: no cobra– es el que tiene las ideas que mueven esa lógica: el que está en la base del producto cultural, porque es objeto de las grandilocuencias de los políticos, de los intereses de los medios, de las expectativas de los académicos y de la displicencia del resto de los miembros de sus sociedad.
Malhumorados, incómodos y quebrados: ese es el perfil de los habitantes que conforman núcleo de la revolución del conocimiento en el país. No me sorprende que cada vez menos personas apuesten por el pensamiento.

viernes, 23 de agosto de 2013

Entusiasmo por el cuento


  Soy una entusiasta del cuento. De todos los géneros literarios es el que más me emociona. El resultado que sobre mí causa un relato que siga la unidad de efecto de Poe es como la tensión que conquista el cuerpo cuando no sabemos si un ser querido está en peligro. El knockout de Cortázar me duele como el final de un amor. Y la bifurcación de una narración en dos, a lo Chéjov, se parece al hilo argumentativo de mi cotidianidad dual, que abreva de la narración de lo que es ficción y de lo que no.
El cuento es un género cuyo truco y gran dificultad no está en la escritura sino en la edición. Por eso nunca termina el proceso de escribir un cuento. Si uno los comparte con otros es más por el cansancio de seguir escuchándose las mismas anécdotas que por la confianza en el punto final que ha puesto. Es esa misma dificultad de narrar de forma compacta, aunada a la anécdota que apunta a lo trascendente y lo cotidiano a la vez, la que confecciona las mejores frases de la literatura breve.
Y eso es algo que nunca podrá imitar la poesía, que propone sus ideas incrustadas en los sentimientos. El cuento, menos ambicioso, expone sentimientos a través de las anécdotas y sus manos toman de un lado el corazón del lector, que no puede separase de una situación –porque la narrativa breve es de situaciones y la larga, de personajes–, y del otro sujeta las entrañas del escritor, que en cada historia deja lo  suyo con otro poco de lo de los demás.
Por eso me parece más seductor un relato breve, incluso brevísimo, que un poema. Ya, lo dije (escribí). Poetas: no me odien.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Escoger el impulso (Notas sobre la escritura I)


Esto he tratado de explicárselo con persistencia a mi familia y a ciertos amigos: uno no escoge la escritura como lo hace, digamos, con el Derecho, la Administración o la Ingeniería. Es una decisión de vida y no de carrera: influye no sólo cómo percibimos dinero por nuestro trabajo sino nuestra rutina, la manera de ver el mundo y hasta la elección de pareja.
No se trata tampoco de que “la escritura lo escoja a uno”, como dice la gente cursi, incluyendo a muchos que se dedican a esto. No. El impulso de escribir con la esperanza de que otra persona lea lo puesto sobre el papel (o la pantalla del computador) se refiere a una inclinación que al principio no tiene que ver con combinar palabras para crear oraciones y párrafos. Ese impulso comienza con la obsesión sobre algunos temas, con una mirada hacia la realidad que va a contracorriente del ambiente y siempre está lista para puntualizar qué está mal. Por eso creo que la escritura es una herramienta de la intelectualidad.
Yo entendí que había escogido la escritura cuando comencé a darme cuenta que existe una especie de alegría que se articula dentro de mí cuando he pasado horas creando mundos ficticios. No había otro procedimiento que me produjera un goce similar. Y aquello venía encadenado a lo otro. La manera de ver la vida siempre desde su lugar más crítico, que me resta los amigos. Y las dificultades de optar por la escritura, que me mantiene cuestionándome cómo fue que dejé que el impulso de pensar me gobernara la vida. ¡Y tan fácil que era lo otro!