miércoles, 8 de julio de 2009

Notas para un cuento

Ojos como espejos


OJOS COMO ESPEJOS

L
a tristeza es una gran burbuja traslúcida hecha de humo, preñada de un caos oscuro en el que sólo el nombre de Margarita arroja a la vez alegría efímera y pena perpetua. Sólo la sombra de la desesperación y mi cara y los ojos como espejos que lleva ella incrustada en la sien.
Desde mi negativa a verme en esos ojos, a sumergirme en ella, a hacerme suyo permanezco siempre contenido en una envoltura de dolor: anestesiado, mientras veo la vida correr delante de mí, como muerto en vida. Al principio, mi abatimiento tomaba la apariencia de un velo soñado, incluso deseable, que no podía confesar más porque no sabía qué forma darle a las palabras que lo describieran con certeza que por el terror que me causaba.
Pasé muchos días antes de entender que mi impedimento de salir de la casa, a tomar cualquier alimento, incluso a bañarme y a sólo pasarme las horas viendo el techo, con la pupilas ahogadas, era mi manera para intentar entender qué me ocurría. En esas tardes construidas de tiempos eternos no recordaba qué había pasado ni cómo había llegado hasta ese estado de debilidad insalvable. Hasta que del abatimiento y de la sensación de ser insignificante surgió una idea de color mustio que pronto reinó sobre todos los pensamientos de mi caos, entre húmedo y gaseoso, que me gritaba o me susurraba, siempre causando el mismo efecto desesperado: ¡Había rechazado a la única mujer capaz de amarme!
¡Qué barbaridad! Era peor que si hubiera mordido el pecho de mi madre, que me hubiera separado de ella incluso antes de nacer, aunque en realidad me sintiera, seguro pero vulnerable, como si me hubiera devuelto al útero primigenio. ¿Pero cómo podía pasar aquello si mamá había muerto hace más de una década? Quizás la pena que sentía era una nueva versión de la pérdida maternal. Rechazar a Margarita era un fracaso tal que había desecho los cimientos mismos de mi identidad, por más borrosa que esta se hubiera manifestado hasta entonces.


(...)