martes, 13 de mayo de 2008

Son Cosas de Familia

(Prefacio Para Mi Primera Colección de Cuentos)


En los meandros inauditos de mi cerebro descansan los siniestros y luminosos personajes de mis fantasías. Durante la vigilia cotidiana se esconden; esperan la noche y quizás mis sueños para hacer sus fechorías. Cuando apago la luz de la lámpara sobre mi mesa de noche, ellos consiguen un campo abierto por las sombras para salir de sus madrigueras. Se hacen de mi memoria y no puedo distinguir qué cosas de mi pasado son reales ni cuáles son engendros de la ficción. Han terminado por establecer un mundo donde ellos escriben las leyes. Me muevo a través de sus dictámenes como si yo misma fuera una imagen creada por ellos.
Pero ya no me consideran suficiente para contenerlos. Se hartaron de esperar en silencio o gritar sin respuesta dentro de mi cabeza. Han decidido, con su arbitrariedad de seres etéreos, que debo convertirlos en palabras y dejarlos salir al mundo. Se hastiaron de mi. Desean probar su suerte y quieren meterse en otros cerebros. Quieren que otros seres –de ésos que llevan piel sobre los huesos y sangre entre las venas– lloren sus ansiedades. No me queda más que vestirles de blanco y negro para soltarles sobre papel. Les deseo suerte, aunque me avergüenza su talante alborotador.
Aquí están impresas algunas de sus hechuras. Aunque son autónomos, estos personajes están marcados por mis obsesiones: la manía inexpugnable de conocer los secretos atesorados por nuestro pasado y los vericuetos de nuestros linajes. Por eso aquí sólo hay Cosas de Familia, de prosapias distintas a mi árbol genealógico, pero cuyas historias se parecen a los cuentos de ciertos antepasados parlanchines.
La familia es nuestra patria primigenia. Quienes nos crían moldean el territorio donde construimos nuestros humores. Por eso, la infancia se parece a la historia: es el lugar donde nos hacemos y desde donde salimos a buscar cuitas propias, ya marcados por las angustias de los nuestros. O quizás no sólo son cosas de familia sino propias, pues mi sueño recóndito es volver a ser una niña; aunque sea sólo para contar con la fuerza protectora de los míos.
Yo quiero vivir para siempre en la patria fantástica que fue mi infancia. Moverme encima del mapa que mi abuelo Bacha tenía marcado con las tintas de sus viajes oníricos y conseguir el país de las maravillas donde habitaba mi abuela Alicia. Yo quiero hablar con las marionetas de mi abuela Flor, porque ellas recitaban pensamientos de Nietzche. Yo quiero merendar todas las tardes croissants de mantequilla con mi abuelo Oswaldo, el andino más criollo que he conocido, hasta en el detalle de ser extranjero. Me quiero meter en la chifonier de mi abuela Mamí y ponerme todos sus collares, reventarlos hasta que no quede una sola cuenta junto a la otra… sólo para verla sonreírme. Quiero que mi abuela Delia me cuente cómo eran las fiestas de frac y condecoraciones donde ella bailaba su juventud. Quiero ver a mi tía Tina vestirse para una fiesta, frente a un desbarajuste de trajes y revistas sobre su cama. Quiero que mi tío Eduardo me enseñe a firmar mi nombre y que mi tío Chino vuelva a pellizcarme la nariz. Quiero verme en las pupilas de todos ellos, porque sólo su cariño sin mesura puede hacerme impoluta.
Quiero volver a tener diez años. Entonces podría sostener entre mis brazos a mi hermano Marcel, como lo hice el día que nació. Volvería yo a enamorarme de su sonrisa ligera: tímida premonición de un carácter fácil.
Más que cualquier otra cosa, quiero volver a la casa de mi infancia, pues ésta fue un carnaval. Allí, la voz gruesa de mi mamá podía oírse por todos los cuartos cuando ella recitaba los guiones de sus obras teatrales. Allí, mi papá destilaba sus sensibilidades trágicas todos los domingos haciéndole coro a Pavarotti en Nessun dorma. Yo iba de la sangre de Lady Macbeth a las fiestas de Violeta Valery, Semper libera… como ellos me hicieron.
Pero el tiempo corre, y me toca cumplir treinta años. Por eso sólo me queda crearme ficciones. Me disculpo por exponerles a estas fantasías: relatos de padres, nietos, hermanos, sobrinos y amigos –por que hablar de familias es hablar, también, de otras uniones imperecederas. Debe ser que me encuentro lejos de los míos y me angustia pensar que algún día me faltarán.
Aquí van los familiares hechos por mis fantasías, ojala ellos sepan hacerse dignos del tiempo que les tomará conocerlos.

Abril de 2008.