martes, 30 de noviembre de 2010

Soñar y escribir

Anoche soñé que escribía. Era la historia de una mujer que quería ser una idea y se enamoraba de un escritor. No se todavía para dónde va el relato pero soñé que lo escribía y que me veía a mí misma escribiéndola. Sentí que no había ninguna otra cosa que quisiera estar haciendo en ése momento. Escribir que escribía, mirar a la mujer que se quiere hacer una idea en la mente del hombre. Yo misma sentí que me convertía en una idea o en un escritor.

lunes, 29 de noviembre de 2010

El multicultural Le Clézio

Jean-Marie Gustave Le Clézio abrió ayer (28 de noviembre) el Salón Literario de la FIL Guadalajara y apostó por la multiculturalidad, dijo que era la única manera de construir sociedades verdaderamente equitativas.

"Me interesa mezclar las influencias de todas partes, por eso soy un gran defensor del plagio. Yo quiero escribir un libro que se llame: En defensa del plagio", dijo el autor galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2008, a quien una sencillez sin parangón se le nota hasta en la manera de pararse con los ojos mirando el suelo.
Le Clézio habló de lo postcolonial como la herida de buena parte del mundo y de la necesidad de que las culturas se consideren iguales entre ellas para construir una utopía (posible) de un mundo mejor.

Puro cuento

Me gustan los cuentos, leerlos, escribirlos y echarlos. Desde que comencé a leer me llamaron la atención por ser unidades de significado que, cuando son muy buenos, plantan los postulados de cada anécdota como reflexiones urgentes en la mente del lector y cuando son muy malos, evidencian el alivio que causan los finales. Hoy en día los pienso como una paradoja entre el perímetro y la vastedad, como un espacio lleno de fronteras pero que contiene los ingredientes de la universalidad. Me gustan los cuentos, leerlos, escribirlos y echarlos…

jueves, 25 de noviembre de 2010

La palabra “faramallería”

Me encanta el ese neologismo. Disfruto su sonido, todas sus sílabas, el uso del acento casi al terminarse, la elle—que aunque ya no es parte del alfabeto produce una eufonía tan particular que ninguna ortografía va a poder resolver.

Cada vez que oigo a alguien decir “fa-ra-ma-lle-ría”, me transporto a mi niñez. Estoy segura de que eso se debe a que cuando oí esa palabra por primera vez, yo era pequeña. También se bien que se la oí decir por primera vez a papá porque esa palabra es típica de él. No solo es sonora, sino rimbombante –otra palabra típica de mi papá—. Hasta me parece oírlo decir: “Deja la faramllería, chica”.

Pero ¿es que hay una acotación más paternalmente venezolana como ésa?

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Internet

Luego de años intentando acostumbrarme a esta herramienta, con la que se supone que crecí, me doy cuenta de que no existe manera de aprender a usarla. Ella siempre hace lo que le da la gana, es peor que un ser humano. Si quiera con los hombres uno puede esperar que la arbitrariedad sea una reacción a algo que uno les hiciera antes, pero como se supone que las máquinas no piensan en el caso de la fulana Internet es poco, muy poco lo que uno puede hacer. Así que si no le da la gana de abrirte la página, allí te quedaste, frustrada por el resto del día. ¿Quién dijo que esto es progreso, vale?

martes, 23 de noviembre de 2010

El síndrome Ifigenia

Y con el nombre de mujer me refiero al libro escrito por Teresa de la Parra hace poco menos de un siglo y no a la sacrificada heroína de la tragedia de Eurípides. Desde que la escritora caraqueña publicara su Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba –tal como reza el subtítulo de la obra— quedó en evidencia que las mujeres venezolanas se aburren. De la época de la dictadura de Juan Vicente Gómez queda muy poco, por no decir nada, excepto por ese estereotipo de mujer que se fastidia (y que fastidia a los demás) porque se la pasa escindida entre el hombre heroico de sus sueños, que mejor le pega a sus ímpetus grandilocuentes, y el políticamente correcto con el cual se siente obligada a formar una familia. Si la literatura venezolana, que es el territorio de la experimentación, redunda en personajes femeninos frustrados ante su incapacidad de cumplir sus sueños, ¿qué para la vida real? ¿Será por eso que tantas se casan y se divorcian, porque no pueden reconciliar a un hombre con el otro? ¿Porque, ultimadamente, se fastidian?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Ansiedad

Se dice más fácil de lo que se hace. “Voy a escribir todos los días”, pensé entonces. Y el pensamiento fue sincero. Como la vez que compré un Journal de piel roja para llevar un diario. “Voy a escribir, aquí en mi diario de piel roja, todas las noches” pensé entonces. Una, dos entradas y el resto una profusión de garabatos. El diario de piel roja lo compré en 2006. Hoy, por fin, le quedan 10 páginas para terminar, pero sólo hay dos que tienen fechas. ¿Puede uno decidir, de un momento a otro que va a cambiar toda su rutina para incluir apenas unos 15 o 20 minutos de escritura al día? Claro que yo escribo más de 20 minutos todos los días. Pero escribo sobre los triunfos de los demás. ¿Cuándo podré poner las fechas juntas, una detrás de la otra y comenzar a construir triunfos que sean míos?

Dice el RAE que la ansiedad es una “angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos”, ¿puede uno enfermarse de falta de tiempo para uno mismo?

jueves, 18 de noviembre de 2010

Tía Coneja

Al despertarme aquella mañana no las sentí. Caminé como autómata hasta la poceta y luego de terminar lo mío abrí la llave del lavamanos. Entonces, levanté la cabeza y las miré en el espejo.

Dos grandes y peludas orejas de… coneja.

“¿Qué broma es ésta?”, me pregunté. Debajo de las dos grandes orejas de corto pelo marrón, del mismo color de mi cabellera, las cejas se me arqueaban y los ojos se redondeaban cada vez más en un psicodélico espiral que parecía no tener fin.

“¿Por qué me ocurre esto?”, lloriquee. Yo era buena, a mí que me querían todos. Siempre estaba lista para echar vaina, para agradar, para conseguir lo mejor de lo que la vida ofrecía. En un país de mierda como éste donde cada vez hay menos estructura y donde cada institución es un vacío contundente, ¿qué más le queda a uno sino hacerse la liebre?

“¿Y ahora qué hago?”, me cuestioné, por fin, recordando que en Venezuela todos tenemos algo de conejos.