Heredera de lo mejor del contenido de las
novelas de Virginia Woolf y del estilo llano y profundo de la narrativa de
Antón Chéjov, la canadiense Alice Munro demuestra con La vida de las mujeres las numerosas dificultades que deben superar
ellas para lograr su autonomía dentro de la sociedad. En su única novela
publicada hasta la fecha, la joven Del Jordan relata su vida en Jubilee
mientras se hace adulta y comprende que, en el entorno el cual vivía,
madurar significaba escoger entre
la mediocridad de la vida con esposo e hijos –“Todo lo que las mujeres han
tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres”, le advierte la madre
en el capítulo que da nombre al libro– y una existencia como la de ellos,
quienes “podían salir y vivir toda clase de experiencias, desechar lo que no
querían y volver orgullosos”. Pronto Del se da cuenta que bajo el peso de las
expectativas que la madre tenía con su vida –básicamente que fuera a la
universidad y huyera del destino de amas de casa que le tocaba a las chicas del
pueblo–, se encuentra la enseñanza central de la liberación de la mujer: la
necesidad de amor propio. Pero la ganadora del Premio Nóbel de Literatura en
2013 construye un tropo adicional, uno donde revela su genialidad en la
creación de personajes: con todo lo vanguardista para su entorno pueblerino que
demostraba ser la madre, su visión de las mujeres era limitada a la condición de
ser vulnerables y en eso no se diferenciaba de los habitantes de su comunidad. Es
esa vulnerabilidad que Del convierte en su antagonista. Y, al final de la
novela, cuando emerge como una mujer con amor propio, se ha convertido también
en dueña de su destino.
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