lunes, 14 de noviembre de 2016

Padre y madre


Una noche, hacía seis meses, Juan no había podido acompañar a Cristina a la reunión con el profesor de Latín. Ella había insistido una y otra vez con la secretaria para que le recordara la reunión en el colegio. La mujer, solícita había tomado cada uno de los recados y había aprovechado los intervalos entre reuniones para recordarle al Sr. Echeverría que su esposa había llamado. Una y otra vez. Cinco veces. Entre las dos y las cinco de la tarde. A las siete de la noche, media hora antes de que Cristina tuviera la reunión con el profesor de Latín, Juan llamó y se excusó con su esposa: tenía una reunión inaplazable de negocios en el bar del Hotel Tamanaco. La cita luego se prolongaría hasta el cuarto 301, pero su esposo olvidó señalar ése detalle. No me esperes despierta, le dijo Juan antes de colgar.

Cristina llegó a la cita en el colegio con quince minutos de retraso. El profesor Félix Landaeta la hizo esperar media hora. A las nueve y quince los curas que regentaban el colegio les dijeron que lo sentían, pero que las puertas se cerraban en unos minutos. El profesor ofreció comprarle un trago a la madre. Cristina tenía que manejar, porque Félix iba a pie. La mujer no podía negarse ante alguien que tenía el futuro de su hijo en las manos. Eduardito, decía el profesor Landaeta, es flojazo. Si viera que ni siquiera sabe la primera declinación… ¡Y nosotros ya estamos enseñando la quinta! A Cristina se le caía la cara de vergüenza mientras el profesor le contaba los desatinos de su vástago. No entregaba tareas. Copiaba en los exámenes. Mandaba mensajes por el celular durante las clases. A las diez de la noche el mesonero del bar les trajo el tercer güisqui a cada uno. A las doce el sexto. A la media noche cambiaron de locación. Tres horas más tarde Cristina llegó a su casa y se acostó a dormir. Estaba borracha y feliz. Su esposo aún no había llegado. Eduardito más nunca raspó Latín.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente, gracias, éxitos