El libro de Paula Vásquez Lezama remueve los cimientos de una desgracia que los venezolanos recordamos ahora como parte de la historia antigua del país, aunque ocurriera, apenas, hace una década. El deslave de Vargas, acaecido en 1999 y en especial la manera como se resolvió (o no-e-resolvió) es una constatación de la eficiencia administrativa del gobierno que desde entonces ah estado de turno. Mas allá de lo escrito, Poder y catástrofe: Venezuela bajo la tragedia de 1999 hace una acuciosa investigación antropológica de la situación de los damnificados resultantes del desastre natural y de el uso político que la Revolución Bolivariana hizo de ellos al elevarlos a la categoría de “dignificados”, lo que según Vásquez Lezama fue una treta populista para convertirlos en propaganda política a favor del oficialismo. Es interesante también su uso de la definición de “biopolítica”, la cual toma de las investigaciones de Michel Foucault y adapta a la intervención de controles de regulación de la población en e caso de la regulación espacial de las víctimas del deslave. Entre otras reflexiones del texto, la autora critica que la asignación de viviendas nuevas a los damnificados –mismos los “dignificados” del discurso presidencial—privilegió el retorno de las poblaciones desfavorecidas a las regiones menos pobladas del territorio nacional, en atención a una vieja máxima de la cultura nacional que privilegia las bondades del campo y busca un supuesto equilibrio territorial, que se limitó apenas a la construcción de viviendas en territorios medianamente urbanizados, sin incluir las instituciones que cubrieran las necesidades básicas de la población –incluyendo alimento y salud.
La catástrofe de Vargas, concluye el lector de lo escrito por Vásquez Lezama, es un microcosmos de las políticas del chavismo y de su verdadera manera de concebir al soberano.
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