En la más reciente novela de Alejandro Zambra se lee:
“En cuanto a Pinochet, para mí era un personaje de la televisión que conducía un programa sin horario fijo, y lo odiaba por eso, por las aburridas cadenas nacionales que interrumpían la programación en las mejores partes. Tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba por esos intempestivos shows que papá miraba sin decir palabra, sin regalar más gestos que una piteada más intensa al cigarro que levaba siempre cosido a la boca”, y me produce escalofríos que algún niño venezolano escriba algo así en el futuro.
Cuando el autor chileno me repite que las heridas de la dictadura nunca van a curarse y que resiente el apuro de algunos por callar el pasado, olvidándolo, yo pienso en Venezuela, cuyas arbitrariedades políticas están llenas de ruido. Cuando las generaciones del futuro hablen de este momento recordarán a todos los actores sociales gritando a la vez. Pero todo aquél escándalo causa un efecto similar al de las silenciosas dictaduras sureñas del pasado: la división y la ansiedad.
1 comentario:
Así es Michi,la arbitrariedad está viviendo su mayor algazara y apogeo; rememora, más allá de Pinochet, al propio Pérez Jiménez.
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