Una obsesión literaria me cercena la cabeza: ¿Cuántos libros necesarios hemos dejado de leer por desconocer su existencia o porque su legado está tan arraigado en el inconsciente colectivo que se hace innecesario dedicar tiempo a recorrer sus páginas? Pero lo que me parece realmente enloquecedor de esta reflexión es que evidencia lo sensible que somos, entonces, a construir nuestro mundo simbólico, y por ende el real, a partir de las interpretaciones que otro ha hecho de la realidad: ¿Qué tal si hemos construido nuestra vida social –o peor aún: nuestra vid íntima– sobre concepciones erradas de esas lecturas que no hicimos?
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