jueves, 10 de noviembre de 2011

Bibliofilia

Tomó la primera hoja y la arrancó del libro que se rehusaba a devolver al lugar de donde lo había tomado. La acción se marcó por un breve sonido sostenido, como el de un zarpazo sobre el aire. Dobló la hoja por la mitad cuidando de que el borde de un lado y del otro se correspondieran perfectamente y, para asegurarse de que quedara bien doblada, presionó su dedo pulgar e índice a lo largo del nuevo borde. Así doblada, la rompió. Dos hojas quedaban ahora en sus manos. Por instinto, se le hizo más fácil meterse a la boca primero el pedazo de papel que tenía en la mano derecha. No le supo a nada. Al mojarse con la saliva, el papel se hizo aún más endeble y se redujo de tamaño en su boca mientras masticaba y lamía cada letra de las que estaban allí escritas. Luego, tragó. Cuando se introdujo en la boca el papel que tenía en la otra mano, sintió que le había absorbido la saliva casi entera de la boca. Tuvo sed. Pero tan metida estaba en su libro que no quiso moverse hasta la cocina. Alzó los ojos y se preguntó si sería cierto lo que el dependiente le había dicho: que esa sola pared tenía más de mil volúmenes. Antes de tragar la segunda hoja, supo que le esperaba un arduo trabajo.

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