La envidia tiene carácter literario,
por eso hay varios escritores que despiertan en mi ese sentimiento. Pero existe
uno a quien envidio con especial encono: Haruki Murakami. Esto es una verdadera
proeza porque me parece detestable su obra . Así que no se trata de que quiera ser como
él o de que sienta exacerbado el culto que algunos lectores rinden a sus libros.
No. Mi desazón con el autor nacido en 1949 es su determinación a rajatabla. Una
tarde de 1978, estaba en un juego de béisbol en el Jingu Stadium de Tokio
cuando vio que el jugador estadounidense Dave Hilton bateaba un doble y, en ese
instante decidió que iba a escribir una novela. Esa noche, cuando llegó a su
casa se puso manos a la obra. Hasta esa fecha se había ganado la vida con su el
bar de jazz, el Peter Cat.
No dudo que esta historia esté maquillada por los estrategas de las superventas, pero igual me pone a pensar.
No dudo que esta historia esté maquillada por los estrategas de las superventas, pero igual me pone a pensar.

En su obra de 2008 titulada De qué hablo cuando hablo de correr,
Murakami cuenta estos hechos y construye su biografía de deportista a
contrapelo de sus memorias de autor. Desarrolla allí su idea de que escribir una
novela es igual a entrenarse para un maratón. Este libro de Murkami se editó el
mismo año en que comencé a escribir la novela que todavía no termino y que inicié
una rutina de “trotar” todas las mañanas. Digo “trotar” porque correr sería un
eufemismo. El único maratón que he hecho fue un medio-maratón en el año 2014 en
Marbella y llegué de última. No exagero: estaba tan atrás que el coche de la
limpieza hacía pausas para no adelantarme. Y la novela no la termino nunca.
¿Será que tengo que dejarlo todo para regentar un club de jazz?
Me gustaría, pero tampoco tengo
oído musical.