Ricardo Piglia ha vuelto sorprenderme. Blanco nocturno (Anagrama, 2010), a pesar de que es una novela escrita en el género policial que yo detesto, me dejó fría.
Como pretendo hacer un análisis extenso de esta novela próximamente no quiero adelantar mucho. Basta con decir que se desarrolla después de la muerte del puertoriqueño separatista Tony Durán en los años setenta en un pueblo minúsculo de la provincia de Buenos Aires. Peor no es la historia del murto, ni de Corce, el policía que intenta resolver el crimen, ni de Emilio Renzi, el periodista que se involucra demasiado con la noticia.
Tampoco es la historia de las eróticas gemelas belladona ni de su padre, que es el dueño de medio pueblo. Es la historia de la monomanía que perdió a Luca Belladona y de los hombres que se aprovecharon de su circunstancia. Piglia describe a Luca como un hombre que “tenía un extraordinario concepto de sí mismo y de su propia integridad y la vida lo puso a prueba y al final –cuando logró lo que quería—falló. Tal vez el fallo –la grieta— ya estaba allí y se actualizó porque él era incapaz de vivir con el recuerdo de su debilidad”. Un personaje trágico en una Argentina que se zambullía en uno de sus más grandes horrores.
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