En aquella época se me hacía difícil entender cómo dos seres tan disímiles habían encontrado coincidencias para unirse en matrimonio, y por mucho tiempo pensé que había sido una de esas insólitas casualidades que al destino le gusta urdir. Más tarde supe que, más que una eventualidad, a ellos los había juntado el cruce entre una coyuntura política y una necesidad social. Ahora que lo pienso mejor, sin embargo, me parece que lo único que tiene la suficiente fuerza como para unir a personas así es una mezcla extravagante de necesidad con fascinación mutua, una aberración que los imbéciles llaman amor.
martes, 25 de enero de 2011
Amor
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