A pesar de que la perspectiva individual es un irrenunciable rasgo de identidad, nuestra manera de ver el mundo puede separarnos de los seres queridos. En mi caso, el asunto era dramático porque se refería a la manera que tenía de no ver ciertas cosas que pasaban en mi mundo. Como mi incapacidad de ver la sangre derramada que me separaba de mi esposo y mi hija, cuya manera de ver cosas inexistentes los mantenía unidos. Diana y Evaristo contra mí, que era incapaz de ver la sangre sobre el suelo. ¡Pero si no lo hacía por escepticismo! Era apenas la diferencia capital que me separaba de ellos: yo era humana. Quizá –y esto lo pienso después de años—como los quería tanto, mis ojos eran incapaces de ver la sangre que estos derramaban en su insaciable búsqueda por satisfacer el sadismo oral que los controlaba.
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