Cuando hablo con los demás, escucho el eco de una voz en mi cerebro que editorializa cada comentario ajeno y, a veces, hace pie de página a mis intervenciones en el mundo exterior. Es una voz molesta, como la de una viejecita que vivió en la época de las lamias y guarda en cada acotación la experiencia de cosas que vivió, que imaginó o que convirtió en pesadilla. Cuando estoy sola es cuando más incómoda me pone, porque nunca me permite ver las cosas como quiero sino como son. Es una voz hiperreal de mujer cínica. Esa, para mi desgracia, es la voz de la escritora.
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